viernes, 20 de abril de 2007

CCXCI... Blanka-L.- Aventuras de Mateo

semana: 13-4-07
tema: El escarabajo de oro
ganador: Blanca_L
título: "Aventuras de Mateo"

Esa noche llovía. El concesionario de la Crisler-Paka, todo acero pulido y vidrio azul, estaba ya cerrado y oscuro como la tinta. Las ráfagas de agua lamían la fachada con aburrimiento; allí no había nada entretenido: ni ventanas que abrir con crujidos siniestros, ni balcones donde remansarse y jugar con el barro de las macetas, ni cañerías de desagüe para bajar silbando a cien por hora como un fórmula uno, ni siquiera una triste gárgola de adorno que vomitase con melancolía… Allí sólo había cristales pulidos, y dentro sólo había silencio. Los mecánicos estaban en su casa, las máquinas dormían y callaban, el guarda de noche hacía un solitario en la garita y el gato se divertía jugando con las cucarachas, porque le gustaban mucho las cucarachas: las acechaba, saltaba sobre ellas cuando más descuidadas estaban, las despanzurraba de un zarpazo y se las comía. Buen provecho. Pero en la oficina interior, Mateo el contable trabajaba a toda marcha. Le faltaban cien euros del balance, y sudaba y se afanaba contando hasta con los dedos pero no encontraba el error. Pobre Mateo. Era un hombre mayor, bajito y grueso, con treinta años de trabajo a las espaldas, que las tenía curvadas de tanto estar inclinado sobre la mesa; su pequeña calva aparecía roja de vergüenza, los pelos de la nuca todos erizados y las redondas gafas de oro patrullando arriba y abajo por los papeles en un esfuerzo para ver todos los datos al mismo tiempo. Su trabajo, aquella gorda bola de números de todos los días, era importante para él, no por nada sino por pundonor profesional y porque el dinero era importante. Muy importante. Sí. Un rayo cortó el aire y un ruido horrible sacudió la carcasa de cristales del edificio hasta los cimientos. Mateo se asustó y se puso en pie de un salto. ¿Qué había sido eso? Necesitó un minuto entero para volver a la realidad y darse cuenta de que sólo había sido un trueno. En el silencio asustado que siguió, una moneda se le cayó del bolsillo y tintineó por el suelo. Mateo ya había tenido bastantes pérdidas por esa noche. Gruñó y se agachó deprisa a buscarla. Eran sólo diez céntimos, una pequeña moneda dorada que sorteaba las patas de los muebles, pero el contable correteó detrás con sus piernecitas cortas… y ella se escondió debajo de la mesa con un contoneo burlón
—Plic plic plic —se rió.
El dinero era importante para Mateo. Estaba convencido de que él era una pieza de oro en el sistema económico, y que sus diez céntimos tenían todo el valor de diez céntimos sanos y buenos de pleno significado en el equilibrio de la masa monetaria nacional e internacional… y además se había reído de él… así que se puso a cuatro patas y la persiguió por todo el suelo.
—¡Ven aquí, bribona! —le gritó.
La importancia de la moneda se hacía patente en que cada vez se iba volviendo más grande, más redonda, más dorada… tan grande como un cojín, luego como una rueda de bicicleta…
—¡Te pillaré, sinvergüenza!
Pasaron los dos corriendo por debajo de una silla, por debajo de la mesa, junto al borde de la alfombra, larga como una carretera, mientras que la moneda tenía ya el tamaño de un tonel de bodega…
—¡Cuando te coja, te fundo! —le chilló con vocecita de ratón a la moneda, enorme, enorme, que había tropezado en el umbral metálico de la puerta de la habitación y vacilaba.
Con un último esfuerzo Mateo saltó sobre ella y la empujó, la empujó, hasta que ella perdió la vertical y se cayó arrastrando por el suelo, con él encima como navegando en la arena dorada de una plaza de toros…
—¡Ya te tengo!
Y el gato, que observaba muy atento el nuevo especimen de escarabajo patrón oro, le echó la pata encima y lo atravesó suavemente con su garra central, que era la más afilada, y se lo acercó a los ojos para mirarlo bien, a ver si en definitiva iba a ser comestible, o mejor no.

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