viernes, 30 de marzo de 2007

CCLXXXVIII... Jmlvfalco.- Gobierno derrocado en el país del ajedrez

semana: 23-3-07
tema: jaque mate
ganador: Jmlvfalco
título: Gobierno derrocado en el país del ajedrez


Crees que todo está previsto, catalogado, presupuestado, inmune al capricho de un destino infausto. Aferras el volante de tu automóvil con presta displicencia, manipulas pedales, palancas e interruptores con la seguridad de un semidiós. Te adentras en el tráfico de Madrid ya avanzada la tarde, cuando el cielo se viste de un violeta casi inverosímil, nacido de la paleta insensata de un pintor aventado, y sorteas obstáculos fijándote apenas en ellos, meras siluetas negruzcas que no frenan tu pensamiento. Tu mujer sale de trabajar y vas a buscarla y empieza a lloviznar, pero circulas liviano, penetrando la noche en ciernes con la suavidad ladina de un alfil blanco, mientras los demás vehículos se mueven como peones desplegados sin sorpresa, en una partida de ajedrez mil veces jugada, cuyos movimientos se repiten con la desmayada cadencia de siempre.
Piensas en el muy próximo nacimiento de tu primer hijo, el ginecólogo no ha detectado inconvenientes. Movimiento de caballo, piensas en la agenda laboral de mañana, la cortas en porciones de tarta perfectamente previsible. Maniobra en flanco de dama, piensas en los pagos de la semana siguiente, tienes que concertar citas con el banco y el notario, ya tenías destinados los honorarios del último seminario a ese menester, no lo piensas más y ejecutas tu enroque. Las luces parecen más centelleantes con el ojo derecho, habrá que revisar esa catarata incipiente, piensas que acaso tengas que operarte en breve, mejor cuando el niño tenga más de seis meses, piensas en qué clínica elegir, se mueven los alfiles enemigos y respondes según lo estipulado, como si un caudal de armonía cósmica te ordenase formar la consabida trama de peones sin más trámite.
Cambio de piezas. Chas, chas. No lo piensas demasiado. Chas, chas, otra vez, circulas más fácil por calles más estrechas, pasado mañana irás a ver a Gabinete Caligari en su bareto, sonríes al imaginarte al solista amigo y desmañado y esta vez pagarás tú los tres cuba-libres que beberéis, pero juras que no te acostarás muy tarde porque al día siguiente tienes guardia. Movimiento de dama, tu dama buscando un cambio inaplazable, el tablero se ensancha y accedes a la Avenida Reina Victoria, tráfico fluido, llueve con algo más de intensidad, ni siquiera conectas el limpiaparabrisas, te quedan tres minutos para llegar y dispones de casi diez. Un semáforo se pone naranja justo cuando lo franqueas, aceleras un poco se diría que por pura costumbre, llegas a setenta kilómetros por hora. No piensas nada hasta que el autobús se te abalanza por la izquierda, como una torre negra monstruosa que perteneciese a otro juego, ni su posición ni su tamaño corresponden con la partida que juegas casi a ciegas.
Un centellazo del cerebro te ordena frenar, con energía, pero sabes que la distancia no es bastante y piensas que la lluvia es canija pero suficiente para que los neumáticos pierdan adherencia, y en verdad se te aparece la imagen nítida del caucho evacuando agua y buscando arañar el asfalto, mientras giras el volante a la derecha, lo necesario para eludir la torre que te amenaza, no tanto como para volcar. Y piensas que el otro chófer sobrepasó un semáforo en rojo, no te ha visto ni sabe de tu existencia, conduce con la misma inercia que tú, en su olimpo lejanísimo. Y transcurre una eternidad de tres segundos en la que entras por primera vez al colegio, atropas verde recién segado y todo huele a cuévano, escribes cartas de amor a varias novias, te abismas en la belleza incomprensible de tu mujer. Y adquieres la certeza de que no habrá más, de que ella seguirá adelante con el niño, como todas las mujeres que han sobrellevado la ausencia física o moral de sus hombres, carceleros o presos de causas dementes. Y justo una milésima antes del impacto contra el autobús, que ya es inevitable, sientes que la muerte te ha dado jaque mate sin darte tiempo a llorar ni arrepentirte, porque ya no vislumbras proyectos ni ganarás otra partida jamás.

miércoles, 28 de marzo de 2007

CCLXXXVII... Sementerio.- Destino alternativo

semana: 16-3-07
tema: Jesús
ganador: Sementerio
título: Destino alternativo

Tengo un dedo de la doctora Mur metido en el culo, dice estar especializada en el aparato digestivo, aún así, me sorprende la decisión y el brío con que lo mueve. Ella tiene el pelo negro, es joven, no muy alta. Lleva bata blanca unisex ceñida al cuerpo con un poco de osadía, guante quirúrgico común de látex untado de vaselina en la mano derecha y en la punta de su nariz respingona resalta el ligero enrojecimiento de una pequeña irritación que en lugar de afearla le da atractivo. A mí me tiene descalzo en posición cuadrúpeda sobre una camilla, jersey oscuro, camisa clara, cabello entrecano escaso y largo recogido en una coleta, calcetines casuales de diseño deportivo comprados en los gimnasios DIR que suelo ocultar dentro de unas botas Panamá Jack altas y gastadas, boxers TN negros a la altura de las rodillas y mi pantalón cuelga de una percha. Su exploración resulta dolorosa y gimo. Poco antes me he quejado del procedimiento, le he dicho que en tal postura y situación se atenta contra la dignidad humana, pero la doctora Mur no parece demasiado preocupada por eso, afirma no ser yo ni el primero ni el último con el que mantiene esta clase de intimidad. No ofrezco resistencia después de la explicación. Sólo hasta que acabe de hurgar, para que todo transcurra de la mejor manera posible, imaginaré que tengo veinte años menos, que no estoy en su consulta y que la doctora Mur y yo nos hemos conocido en una escuela de dominación sado.
El doctor Herrainz es una persona avispada, mayor que yo, tiene los ojos pequeños, pupilas claras y algo mates, luce bata blanca unisex holgada sobre camisa de un discreto color crudo, como la mesa que oculta el resto de su atuendo. Demuestra habilidad para el diagnóstico, después de tres consultas breves y algunas pruebas clínicas, sin saber nada de mí ni haberme tratado en ocasión ninguna, vaticina dos únicas posibilidades para mis dolencias, o bien son causadas por un cáncer, o bien son la consecuencia de un trastorno psíquico. Fui a visitarle porque hace ya bastante tiempo que sufro dolores abdominales de todo tipo y a veces se presentan sangrados cuando planto un pino. Problemas mnemotécnicos sin relación con lo anterior hacen que yo retenga los nombres propios de forma defectuosa, tanto de personas como de lugares. Si no lo tengo apuntado en alguna parte, se me olvida el apellido del doctor Herrainz y recuerdo tan solo que su nombre es Jesús, cosa que provoca confusión en el mostrador de recepción. Jesús, es decir, el doctor Herrainz, quiere descartar la primera posibilidad cuanto antes para pasar a la segunda, que es evidente, y me aconseja acudir a los servicios médicos de urgencia mientras espero la exploración más exhaustiva de un centro clínico.
Camino por la calle abstraído, la mañana es fría, pero el cielo está despejado y brilla el sol. Me distraen el pensamiento dos conductores que están por la labor de matarse entre ellos en un semáforo. Uno ha intentado atropellar al otro cuando éste bajaba a comprobar los desperfectos en su coche tras un pequeño golpe. Los separo, llamo a la policía que se presenta al instante y, tras prestar declaración “in situ”, me largo esperando que los detengan a ambos por tocapelotas. Llego al servicio de urgencias donde me atienden en la entrada con amabilidad y rapidez. La doctora Mur se hace cargo de mí, su interrogatorio es breve y eficaz. Pide que espere en la sala a que me llamen para una extracción de sangre, después meterá su dedo en mi culo y luego me harán unas “placas”. No consigo leer el diario que he comprado por si había demora, miro a los otros pacientes, a uno con el brazo en cabestrillo le custodian tres agentes de la Guardia Civil, hay una mujer tendida sin conocimiento sobre una camilla rodeada de familiares y, algo aparte, una joven ajena a todo llora sin sonido. Cuando acaba conmigo, al despedirme le pregunto a la doctora Mur su nombre a pesar de que lo lleva a la vista prendido en la bata. Magda, titubea ella, pero ya me lo ha dicho.

CCLXXXVI... Sementerio.- Material aparte

semana: 10-3-07
tema: "Nocturno del sol largo"
ganador: Sementerio
título: Material aparte

A veces me visitan sus fantasmas, nunca me cuentan dónde están, sólo aparecen para recordarme que murieron. Quisiera preguntarles si los enterraron como a los tres dedos del Siroco, debajo de un naranjo. Nunca supe el verdadero nombre del Siroco, le llamábamos así por su forma inesperada y rotunda de locura, como la ocasión en que le vi amputar tres dedos de su mano izquierda con un trozo grande de vaso roto, Hice lo posible por impedirlo, pero se defendió tratando de hundir el cristal en mi estómago. Le llevó enseguida la guardia de enfermeros y ahí quedaron tres falanges con su sangre derramada en la mesa. Se las devolvieron más tarde congeladas y así fue como organizamos el funeral. Antonio Aguilera hizo los oficios de sepulturero y a mí me correspondió redactar la homilía en honor a su eterno descanso. El Siroco repartía coca-colas entre todos con su mano sana y a mí me añadió un buen chorro de loción de afeitar para convertir el refresco en un "cubata cojonudo".
A Antonio Aguilera le conocía ya del campamento de reclutas, Él y Abadal Barceló me cuestionaban la existencia, Barceló supo enterarse del barrio donde había nacido yo, le resultaba demasiado elegante para su gusto y me hizo saber que el suyo no lo era tanto. Fue imposible hacerle entender que estaba empadronado aunque ya no vivía en aquella dirección. Por esa causa tenía que sufrir cierto acoso, a mi paso cantaban Escuela De Calor y me preparaban emboscadas en las letrinas con la pretendida intención de golpearme. Antonio Aguilera formaba en la compañía delante de mí y en alguna ocasión tenía vómitos que le obligaban a abandonar las filas. Antes de incorporarse al servicio militar, asaltó un banco sin que le detuvieran por ello y con el dinero pasó un año en Mallorca pensando hacer coincidir el momento en que se acabara el botín con el de su entrada en el Ejército. Esta información me la dio más tarde, por ahora sólo sabía que vino al mundo en un distrito humilde de Málaga.
Cuando Antonio Aguilera ingresó en el pabellón psiquiátrico del hospital militar donde yo mismo había acabado, quedó muy sorprendido al encontrarme en su misma habitación. Le vi yo antes que él a mí, me acerqué por la espalda mientras deshacía el petate y le asusté diciendo ¡uh!. En poco tiempo quedó demostrado que Antonio era más afortunado que yo, él tenía dos novias que venían a visitarle con frecuencia y yo ninguna. Llegó a ofrecerme la compañía de una, mientras se resolvía mi falta amorosa, sin que ninguno me pidiera nada a cambio, acepté el regalo, naturalmente. Le gustaba mucho leer, yo aún no conocía la trilogía del Señor De Los Anillos y él la describió para mí de forma apasionante. También me contó que tenía por costumbre inyectarse cocaína. Antonio decía que yo no me enteraba de nada, que era torpe por mi parte intentar el suicidio con cortes en las muñecas. Eso es "muy jodido y muy tonto", afirmaba, porque así, en cualquier caso, sólo se consigue dolor, y me recomendó el método que ya practicaba ofreciendo su propia jeringuilla, llena gracias a la colaboración de las chicas, para que la usara. Nunca llegué a seguir el consejo, si bien estuve tentado en alguna ocasión. Me salvaban los abrazos de Bel, la novia prestada, siempre colocada, pero también igual de dispuesta a hacer el amor en el jardín del hospital, debajo del árbol donde reposaban los dedos del Siroco.
Sobre todos nosotros se cerraba una noche muy profunda en la que no oscurecía nunca, cualquiera se convertía en un iluminado con pocas palabras. Lo notábamos en las caras, en especial eran los visitantes los que mayor impresión recibían cegados por la brutal luz de nuestra normalidad. Recuerdo a Pablito, el centinela, era posible tirar de su oreja y conseguir aullidos que le hicieron ganar el apodo de La Sirena, llenaban todo el pabellón alertando si se acercaba la oscuridad del día. Su fantasma siempre me pide que hable de él y ninguno de los no mencionado se queja.

CCLXXXV... Jmlvfalco.- Se ofrece asesino de censores

semana: 2-3-07
tema: Libre
ganador: jmlvfalco
título: Se ofrece asesino de censores

Lo primero será disolver las manidas metáforas del céfiro, el águila y todas esas paparruchas. El viento se mueve tiranizado por la física de fluidos, no a su antojo, aunque nosotros, infinitamente soberbios, le atribuyamos un arbitrario afán destructivo. Tampoco el animal es libre, todos están encadenados a la gravedad –sin saber que es una ley inmutable-, a los rigores del clima, al mordisco cruel del hambre o, peor aún, a las dentelladas del depredador hambriento.
¿Tendré que insistir en que tampoco el hombre es libre, en su dimensión estrictamente animal? Habría que ver a todos los ecologistas de salón perdidos una noche por un monte salvaje, una sola noche, sin ropa, ni un mendrugo de pan ni una barrita energética, a escasamente veinte kilómetros de su confortable hogar: peloteta implacable y a la barriga de jabalíes necrófagos, sin remedio.
Digo yo que libre será el que goce de libertad. Y resulta que éste es un concepto abstracto, de manera que no nace en el mundo como un manantial musgosillo, emerge cuando se lo pronuncia y ni aún entonces deberíamos fiarnos mucho de su existencia, porque sólo los hombres emiten palabras y sabido es que los hombres mienten. Mienten porque les va la vida en ello, por costumbre, por descuido, por pretextos piadosos o por flagrante engaño, por pasar el rato, porque a usted se lo voy yo a decir. A veces ni siquiera mienten, sólo es que largan una palabra al buen tuntún, por moda, por quedar bien, porque se lleva y es tan fino y a fin de cuentas tampoco hay que darle tanta importancia a una palabra. Es una mera cuestión semántica, dicen los políticos.
Curiosamente son ellos los que más invocan el término. Pero frecuentemente lo enmarañan, adosándole “responsabilidad” (y entonces ya sabemos que no preconizan la libertad sino sólo que hagamos lo que ellos tengan por conveniente) o quizá “oportunidad” (y entonces ya les huelen las convicciones a muerto). O ni siquiera la enmarañan, ocurre tan sólo que nos damos cuenta de la farsa, pues libertad invocaban Stalin e Idi Amin y otras adorables criaturas. Alguno ha llegado a la desvergüenza retórica de preguntarse para qué la libertad. Pues mira, sin ir más lejos para mandarte al guano, canalla.
Dejénme que entresaque una definición para andar por casa: hurgando en un ampuloso escudo universitario, leo "Libertas pertundet omnia luce". Y eso es, justo eso, la capacidad de iluminar el mundo con toda la fuerza de una inteligencia inquisitiva, de modo que es libre quien piensa sin más atadura que las reglas del silogismo, quien identifica zonas de negrura y les arroja kilovatios de claridad, quien se libera del capote repulsivo de la mentira y deja la verdad desnuda, como una Venus flotando sobre una concha bajo un cielo turquesa. Y qué importa que te llamen lo que sea; que te llamen como se les ponga en las narices, pero que te dejen en paz, o sea rociando de palabras y de luz la jeta feísima de la mugre. Que te dejen matar censores, y tú lo hagas con gusto.

CCXXXIV... Maldoror.- Güelita Victoriana

semana: 23-2-07
tema: gigantes
ganador: Maldoror
título: Güelita Victoriana


Victoriana tiene 92 años y baja cada día, si el tiempo y la artrosis se lo permiten, al muelle de su ciudad. Una vez allí, sale de su boca medio dentada una maldición agradecida:
- Gracias, hija de puta.
Victoriana lleva jubilada casi treinta años. Dedicó cuarenta y siete a estibar barcos. Pasaron sobre sus espaldas sacos de carbón, de café, de maíz ... Si se pudiesen contar las toneladas que soportaron las piernas de Victoriana las matemáticas se convertirían en cuentos de magia y fantasía.
Es todo un carácter Victoriana. Hoy, apoyada en su cachava, ve estibar a los pocos hombres que trabajan en el muelle con una mezcla de asombro, envidia y desprecio. Ve como las cintas sin-fin penetran en los vientres oscuros de los cargueros y salen los sacos en ordenadas filas hasta lo alto de los camiones de carga o los vagones del tren. Ve como la cuchara de la grúa engulle cientos de kilos de granel en cada bocado y los deposita con delicadeza de monstruo dulce en las tolvas de carga. Nunca se le olvidará la primera vez que vio funcionar la grúa y como el encargado del manejo la invito a la cabina a ver las maniobras:
- A la mierda el trabajo de los hombres – dijo Victoriana – a partir de ahora trabajarán ellas.
Dos años después de jubilarse, Victoriana ingreso en un hospital traumatológico para operarse de las piernas. La primera vez que fue al médico, en toda su vida, éste no pudo creerse lo que revelaban las radiografías. Los huesos de las rodillas eran un puzzle imposible que hacían del simple hecho de caminar un calvario que ella aguantaba sin apenas quejarse. La sustitución de las rotulas por unas prótesis y el posterior post-operatorio la tuvieron nueve meses atada a la cama.
- Niño, llévame al muelle – me dijo cuando fui a recogerla con el coche el día que le dieron el alta.
- Gracias, hija de puta – dijo en voz baja cuando aparque al lado de un ro-ro de coches.
- ¿Y eso abuela?
- Nada, cosas mías. Vamonos a casa.
Victoriana tiene el corazón salado más dulce de toda la ciudad. Incapaz de dar un beso o dedicarte una palabra amable, metía horas de carga en los almacenes del muelle para comprarnos coca-colas y chocolate de estraperlo del que traían los marinos del otro lado de la mar. Una gigante de ciento cincuenta y cinco centímetros subiendo los cuatro pisos sin ascensor con la cara seria y las manos cargadas de tesoros dulces.
Todavía hay hombres en el muelle, casi niños cuando ella se jubiló, que cuando la ven llegar se acercan a darle dos besos. Jamás los devuelve. Ellos, grandes como castillos al lado de Victoriana, fingen no ver la humedad de sus ojos.
Agua salada y contenida. Con dos cojones.

sábado, 17 de marzo de 2007

CCLXXXIII ... Yuyuwana.- "Tomasa"

semana: 16-2-2007
tema: Chocolate
ganadora: Yuyuwana
título: "Tomasa"

Tomasa era la negra linda de la plantación, de crujiente delantal blanco sobre pulcro algodón rojo, “Amapola”, como solían llamarla los lugareños, acostumbrados a los tintes coloridos de la niña.
No se sentaba plácida sobre el porche, que tenía ambas manos ocupadas en amasar el plumón recién arrancado de las aves del corral, intentando sin conseguirlo separar las más suaves, de las de caña picajosa y poco adecuada para almohadón fino. Atrapaba en sus carrillos hinchados la carcajada de pura alegría que estaba a punto de escapar de sus dientes revoltosos y aserrados, hasta que ya no pudo más y soltó una rotunda y trotona risa.
Se comenzaron a escapar entonces, como si tuvieran voluntad propia, las plumitas más ligeras y blanditas que tan afanosamente se había dedicado a atrapar en su delantal. Pero cuanto más era su empeño, mayor risa le entraba, así que dejándose caer sobre la tarima del porche, se llevó ambas manos a la boca entre sonrisa sofocada y verdadero horror al ver, entremezclados con las plumas que rápidamente la abandonaban, diminutas perlas tostadas fruto de su risa jocosa y el dulce chocolate que todavía, en su boca, saboreaba.
“Serán las plumas más dulces que jamás hayan salido de esta casa” pensó la negra Tomasa, mientras enjugaba de nuevo, entre sus manos canelas, las plumas blancas. Y como si de una bendición se tratase, confeccionó con aquellas risueñas plumas, de agradable aroma, un precioso cojín todo lleno de colores. Verde y marrón y rojo amapola, como no podría ser de otra forma, y amarillo limón y azul mar y rosa. Era todo el del más suave algodón, con los apliques de lino y tafetán y algún que otro de seda.
Y como no podía ver el cojín sin que la risa le brotase de los labios, decidió la niña Tomasa, que para ella se lo quedaría. Que muy pocos se pueden dar el lujo de disfrutar de un cojín lleno de plumas risueñas como aquel. Así que desde entonces se lo lleva al porche y lo deja sobre el suelo, donde se sienta, y mientras se deleita con la dulce amargura del chocolate-café, pringa las plumas blancas de perlas canela.
Y sigue pensando “Serán las plumas más dulces que jamás hayan salido de esta casa”, mientras no deja de sofocar su risa.
Por eso, siempre que me voy a acostar, lo hago con especial deleite, y siempre, cada noche, antes de dormirme, espero paciente y escucho la risa sofocada de las plumas encerradas en mi almohadón, bendecidas por perlitas negras de la alegre Tomasa.

CCLXXXII ... Blanca_L.- El general Azumbre

semana: 9-2-2007
tema: Infiltrados
ganador: Blanca-L
título: El general Azumbre

Los mundos habitados cubrían todo aquel brazo de la galaxia. La Frontera, el último cinturón de mundos nuevos, era un lugar salvaje donde se reunían todos los que no tenían nada que perder en sus planetas de origen y mucho que ganar como colonos de los nuevos planetas apenas habitables, apenas dignos de llamarse civilizados, sin dueños y sin trabas y olvidados por la Ley.
La nueva Ópera Flotante era el orgullo de La Frontera, y sus parroquianos eran pioneros de lo más animado. Benson y Yahnna miraron la fauna que entraba en la sala central, el auditorio: Tipos riquísimos cuajados de pedrería recién extraída en los nuevos yacimientos, que mascaban tabaco y lo escupían groseramente por el colmillo. Mujeres muy guapas con vestidos refinadísimos, pero que procuraban descalzarse en cuanto llegaban a su asiento y agitaban los dedos de los pies en alto porque no estaban acostumbradas a llevar zapatos estrechos sino botas para el barro en los campos de sus asentamientos. Estos vanidosos destacaban entre la masa de gente sencilla que tenía la piel curtida por la luz de todo tipo de soles, y se reía y gritaba con libertad, como tenían costumbre en las tabernas y los tinglados libres de sus planetas. Los niños nacidos en la periferia, que nunca habían conocido un lujo como el de aquel edificio de cristal, iban con la boca abierta y los ojos como platos. Se veía algún viejo patricio desterrado a la periferia por intrigas políticas que se sentaba en su palco con vieja dignidad, con indolencia, como si se rindiera a un destino superior y más refinado. La Frontera era un hervidero de intrigas y luchas de poder, un campo efervescente de codicia, donde los desterrados de la política central también tenían campo para sus habilidades.
En ese momento entraba un buen ejemplo de luchador: el general Azumbre, un tipo que había empezado vendiendo protección y había acabado con un ejército propio que alquilaba para pacificar tal o cual planeta, o para destrozarlo, según el gusto del que le pagaba. Era un individuo enorme que venía revestido de una armadura completa, reluciente, que hacía un estruendo como de truenos a cada paso que daba y que miraba ferozmente con un solo ojo telescópico todo a su alrededor, como calculando a quién se iba a comer primero. Venía serio y cejijunto, y rodeado por un montón de guerreros de los suyos, todos exoesqueleto metálico y barbas salvajes. Un horror.
Los jóvenes vigilantes de la entrada, que estaban tan orgullosos de pertenecer al personal de la bella Ópera Flotante que no tenían miedo, le cerraron el paso a Azumbre y le indicaron que allí no se podía entrar con armas. Todo el cortejo de guerreros se detuvo. Azumbre miró al rubio jovencito que le señalaba el guardarropa con un dedo largo de artista, miró la multitud congregada dentro de la sala, calculó su poder si se producía una estampida, observó las armas de defensa que le apuntaban ocultas en las puertas, y entre unas cosas y otras, y quizá porque sólo venía a pasar una velada entretenida, decidió portarse bien: Ordenó a sus soldados que diesen la vuelta y dejasen las armas en el guardarropas.
Los guardianes de la ópera suspiraron de alivio mientras los enormes guerreros crujían y retrocedían.
Benson también sintió un gran alivio. Sonrió y decidió que era hora de buscar asiento
—¿Entramos? —le dijo a Yahna.
Pero la chica estaba muy seria y le indicó que se volviera y mirara atrás.
—Se están metiendo en los pasillos interiores —dijo con miedo.
Y era verdad. Unos pocos guerreros armaban ruido delante del guardarropa, pero la mayoría se habían escabullido en un silencio difícil de creer por los pasillos de cristal azul que llevaban a la parte de atrás del escenario y a los camerinos. Se estaban infiltrando en el edificio sin que nadie se diese cuenta.

CCLXXXI.- Kastorp "El reloj de cuco", y Chesterton "Génesis"

semana: 2-2-2007
tema: híbridos literarios
ganadores: KASTORP.- "El reloj de cuco"
CHESTERTON.- "Génesis"


KASTORP: "El reloj de cuco"

Todos hemos tenido parientes excéntricos y veranos inolvidables, y ambos se han cruzado al menos una vez en la vida. Mi verano fue el del año 83, y mi pariente el tío Ambrosio, un hombre que fue siempre viejo y calvo. Pasaba casi todo el tiempo con su gato, encerrado en el taller. Vivía en la planta baja de una casa de vecinos, y lo que llamaba taller era una caseta que había levantado en el patio con cuatro ladrillos y dos planchas de uralita. Los vecinos le envidiaban el patio, y se pasaban el día tirando pinzas de la ropa y basura. Cada vez que caían los desperdicios mi tío rezongaba
—¡Llueve!—y se asomaba para examinar el botín. Siempre rescataba algún pedazo de chapa, algún taco de madera, algún juguete roto, que guardaba para fabricar cachivaches más o menos absurdos, pero siempre curiosos. El más fascinante que construyó nunca fue un reloj de cuco hecho de madera, alambre y hojalata. Lo terminó aquel verano, al poco de mi llegada. Había aceptado acogerme mientras mi madre cuidaba a mi abuela, recién operada del corazón.
—¿Qué corazón?—gruñía el tío, moviendo apenas los labios para no romper el equilibrio de una colilla que no acababa nunca de consumirse. Pero yo no prestaba atención a las palabras. Sólo veía sus manos recorrer afanosas la mesa del taller, llena de herramientas y retales de metal y contrachapado, haciendo girar con habilidad la varilla del torno y atacando la pieza con la lima o los alicates.
Así vi nacer el reloj de cuco, que pronto pasó a la pequeña sala de estar. A la hora en punto se abría una puertecita y asomaba un resorte en cuyo extremo se encaramaba un pequeño cuco de chapa, que acompañaba con un mecánico aleteo el silbido
¡Cu-cu!¡Cu-cu!
que surgía de las entrañas del mecanismo. Aquel verano pasé tardes enteras sentado a la mesa camilla, escuchando la radio mientras dibujaba o leía, a la espera del canto puntual del cuco. No era un niño muy divertido, qué se le va a hacer...
Pero no duró aquella felicidad. Apenas había pasado un mes cuando el tío me echó de casa a cajas destempladas, y tuve que pasar el resto del verano torturado por las odiosas hijas de la odiosa hermana de mi madre.
—Bendita la rama que al tronco sale —sentenciaba el tío.
Todo ocurrió en la víspera de San Juan, a la caída de la tarde. Daban las ocho en punto cuando la puerta del reloj se abrió y el pájaro asomó en silencio. No sonaba el cucú, no movía las alas; estaba callado, inmóvil. Quise avisar al tío, pero al levantarme el pájaro dio señales de vida: aleteó levemente, bajó un poco la cabeza y la torció como si fuera un gorrión, examinando la sala con cautela. Batió las alas una, dos veces, con un ruidito mecánico, y cantó
¡Pío!
Aquel juguete de metal pareció entonces animarse. Agitó las alas con fuerza y levantó el pico. Con un ligero chasquido se separó del resorte, para oscilar en el aire antes de recuperar el equilibrio. Una vez seguro volvió a cantar
¡Pío!
y aleteó como un colibrí, describiendo círculos en el aire. Yo estaba petrificado. No pude reaccionar, ni reparé en la ventana abierta, hacia la que se dirigió el cuco, ya dueño de su vuelo, y por la que desapareció para siempre. Justo entonces entró el tío
—¿No canta el cuco?
y se quedó helado mirando el reloj, sin rastro del pajarillo. Me miró con gesto irritado:
—¿Qué has hecho con el cuco?
Yo no supe responder. Entonces me fijé en el gato, que había contemplado la escena desde un sillón al otro extremo de la sala.
—Ha sido el gato —señalé.
—¡Mentira! —gritó (¿el tío?), bajándome el brazo de un manotazo. Y aquella misma noche me llevó a casa de su sobrina con mi escaso equipaje. No dijimos una palabra durante todo el camino. Yo me limitaba a mirarlo por el rabillo del ojo. Más que ira parecía sentir vergüenza, como un mago desenmascarado.



CHESTERTON.- "Génesis"

En el principio creó las tinieblas. La noche oscura me rodeaba, el firmamento se emborronaba en manchones de tinta vaporosos que parecían querer succionarme y diluirme en su lóbrega sombra eterna. Y dijo el Creador: ábranse las tinieblas. Y como un papel rasgado una hendidura de luz cegadora se abrió en la oscuridad y caminé hacia ella. Y dijo el Creador: salta al vacío y caí de las tinieblas a la luz. Volví la vista atrás y el cuerpo de mujer gigante se evaporó tras lamer el suelo. Se crearon entonces los ríos y los mares. Y el Creador los ordenó, dotándolos de corrientes oscuras, tenebrosas, infernales y asesinas.
Entonces no había nada, más que las negras y sucias corrientes, el espacio blanco, infinito, deslumbrante y yo. Era el primer día y se creó el Contraste. Y el Creador espoleó a Dogos y Mastines. Y millones de ellos se dirigieron hacia mí a la velocidad de la luz, enseñando terribles colmillos y furia homicida en los destellos de su iris. Atados con cadenas, largas para rasparme, cortas para no devorarme, aullaban desbocados, hambrientos, atroces. Y entonces creó el Miedo. Era el segundo día y creó el Miedo. Y llamó Dios a las Vestales, y los canes se transmutaron en Vestales. Y las cadenas no crecieron ni menguaron y sentí el roce de sus pieles con vello de melocotón, miradas sádicas, jadeos inquietantes, pero no palpé sus carnes. Sentí la Lujuria. Era el tercer día y vio el Creador que la Lujuria era buena.
De mi sudor y lascivia modeló el Creador una lluvia nueva, unas nubes de masa sanguinolenta, músculos y carne asomaron por el firmamento y diluviaron centauros, sátiros y esfinges, monstruos que caían pesados, en estrépito, sobre un suelo liso, inmaculado, ebúrneo. Agrupólos el Creador en dos bandos y me erigió en lo alto de un pedestal. Los lanzó unos contra otros y me permitió observar el Creador su nueva representación. Era el cuarto día y contemplé la Guerra.
Los cuerpos entrechocaban y del combate brotaban alaridos, rugidos, estruendo. Se agotó el Creador de la violencia y el fragor y creó un fuego devastador nacido de un relámpago que partió el cielo en dos mitades y consumió los cuerpos crepitantes con la fugacidad del trueno. Era el quinto día y se creó la Paz. Y con las cenizas creó la tierra que dio cauce a la violencia del agua y brotaron las plantas y los animales. En el sexto día creó entonces la Naturaleza.
El séptimo día el Creador me dotó de forma. Una forma descomunal y transparente que envolvió la Tierra y la cubrió con mi presencia. También me dio nombre. Dijo el Creador: te llamarás Dios y cuidarás la Tierra. Crearás al hombre y lo someterás. Y creé al hombre y soplé en su nariz el aliento de la vida. Y al hombre le dije: devorarás al Creador y lo llevarás dentro. En tus entrañas habitará y se transmitirá de generación en generación. Y el hombre engulló febril al Creador y no se avergonzaba. Doté al hombre con ello del poder de destrucción. Y yo me encarné en el bien y al hombre forcé a devorar el mal. Era el octavo día y creé el Bien y el Mal. Y reposé entonces de mi creación y dejé al hombre multiplicarse. Y vi la tierra desordenada y turbada y consentí el caos. Era el noveno día y regresé a las Tinieblas.

CCLXXX ... Escritorcillo.- Imaginering Corporation

semana: 26-1-2007
tema: El enfermo imaginario
ganador: Escritorcillo
título: "Imaginering Corporation"

El programa por ordenador era perfecto. Tu pedías la enfermedad y el programa engendraba sobre el modelo todos los síntomas de la misma a lo largo del tiempo. La prognosis, la evolución, las complicaciones, los medicamentos, todo, todo, todo. Uno de los logros de la informática aplicado directamente a la medicina. Y nos pusimos en marcha, había que convertir dicho programa en juguete. Primero, claro está, diseñamos un muñeco de goma, el clásico nenuco de cabello rubio limón y ojazos verdes como esmeraldas coaguladas, un angelito guapísimo, decía papá y mamá con una voz de crisoberilo y aguamarina que rayaba en el crimen. Luego le introducimos las sucias enfermedades. Un componente electrónico bajo su piel de goma y el muñeco vivía todas las etapas de un resfriado, echando moquitos por la nariz y poniéndose colorado y febril, de eso se encargaba el mecanismo interior, una proeza de la aeronáutica espacial aplicada al diseño industrial de juguetes. Pero luego quisimos más, no nos bastaba con un simple resfriado, queríamos algo más grandioso y espectacular, que lo mórbido resplandeciera con luz propia y que lo enfermizo brillara refulgente. Teníamos que perfeccionar el muñeco. Inventamos para él los síntomas de una rubéola, de un sarampión y de un herpes. Llegamos a realizar algo sencillamente espectacular y oprobioso, en el caso del herpes conseguimos que al muñeco se le desarrollara un herpes labial cojonudo. Los niños pequeños usaban su barrita de crema para tratar al muñequito y sus inyecciones de mentirijilla para hacerlo sanar, era algo muy bonito. En el caso de la rubéola toda la piel sintética del nenuco se cubría de ronchas rosadas, bajo la carcasa de plástico del nene artificial minúsculos circuitos distribuían ondas de pigmento que se activaban electrónicamente a voluntad del programa, era en verdad archiespectacular aquello. Pero los niños querían más, los padres querían más, la industria quería más y el World Trade Center quería, exigía más. Desarrollamos el muñeco con hepatitis y el muñeco con difteria. Pero no les bastó aquello, exigieron mucho más. Nuestros nenucones rozaron la cima de la perfección el día que introducimos en el programa la resistencia a los antibióticos. Todo fue de maravilla hasta que un día empezaron a llegar los casos a los hospitales, si el muñeco se moría algunos niños se suicidaban, fue un desastre comercial, la prensa amarilla, como escualos de ultratumba, se cebó con nosotros, la Imaginering Corporation. Pero sobrevivimos. Ahora nuestro último producto es la muñeca que se embaraza y pare. Hemos hecho un estudio de Marketing y creemos que será todo un exitazo.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

viernes, 16 de marzo de 2007

CCLXXIX... Chesterton.- La impertinencia

semana: 19-1-2007
tema: Homenje a John Barth: La ópera flotante
ganador: Chesterton
título: La impertinencia.


En el antepalco la mano enguantada de Irina, en un acto inconsciente e irresponsable, deja caer los impertinentes. La luz de las monstruosas arañas colgantes, tenues, apaciguadas durante la actuación, se refleja levemente en las lentes -en vertiginoso descenso- y lanza destellos arbitrarios entre el concentrado público. Los elegidos no se perturban, centrados en la escala de notas esculpidas por la diva, descomunal, brillante, altiva. Es después -en el intervalo inmediato- cuando, con movimiento unánime, el auditorio gira la cabeza hacia el lugar de donde procede el estrépito, el casi mudo estruendo, un ruido seco, de metal rebotado, amortiguado por la encarnada moqueta. Como un resorte, los centenares de ojos, tras el rápido castigo de miradas reprobadoras, vuelve a la fuente de la que manan decididas las lacónicas y deliciosas notas.
En el segundo acto, después de varios bostezos, Irina -en impúdica postura- sube un pie al antepalco repujado en pan de oro, alza los brazos en cruz y, sin reparo, flota por encima de las severas cabezas deleitadas y abstraídas en las cadencias hipnóticas y agudas. Irina se eleva hasta el techo engalanado con un gran fresco que representa los gomosos y exagerados cuerpos de Acis y Galatea, para caer en picado hasta los tan necesarios impertinentes, delatores de bostezos y fingimientos, de miradas pecaminosas y lascivias encubiertas. Con el trofeo en el puente de su nariz, regresa a su lugar, orgullosa en el porte, ajena a la tempestad que acaba de desatar.
El público, enojado ante tamaña falta de respeto y decoro, detiene la función; la diva, sumisa ahora, enflaquecida en su altivez, calla, dejando las notas rebotar contra el suelo y volver a su boca, inflando el cuerpo de dorremis fasoles a la espera de reemprender la marcha incesante y armoniosa hasta las cavidades de los oídos forasteros que la escuchaban absortos.
Pero es necesaria la lección moralizante, los pequeños desmanes, si tolerados, se convertirían en revoluciones desastrosas y de consecuencias imprevisibles. El auditorio, al compás, se incorpora en sus butacas, dejando tras sus suelas una hendidura marcada por un vergonzoso rastro de mugre sobre el impoluto terciopelo que con altruismo los cobijaba en su regazo y -con leve impulso- se elevan y arremolinan pamelas y chisteras, sin estridencias, en vaporoso movimiento. Suspendida, la masa se agolpa frente al antepalco culpable y a escasos centímetros del rostro de la mujer responsable de la atroz descortesía, como un gran monstruo de quinientas cabezas, frunce el ceño y regaña con el índice censor, centenares de manos alzando el implacable juez de las falanges erectas, oscilante, riguroso, brutal. Irina, aterrorizada, no tiene más campo de visión que entrecejos convexos, ojos encendidos de furia y pendulares dedos. Se ahoga en su lividez y la masa reacciona. La masa comprende. La masa es compasiva y perdona. Se posan de nuevo con suavidad, como copos de nieve, en los mancillados sillones.
Un do prolongado, de precisión impecable, vacía el hinchadísimo cuerpo de la soprano quien, como diez elefantes, había cubierto cada gota de aire del gigantesco y ampuloso escenario con la redondez excesiva de su cuerpo inflado de notas. Ese do es preludio y anuncio del regreso a la melodía suspendida, retoma su viaje en cadencias hipnóticas, destellos sonoros, embaucadora de ilusos, letargo de esperanzas pero, al fin y al cabo, deparadora de alegrías sedativas a nuestro pueblo y su gobierno. Irina, el público, los impertinentes -olvidado el delito- se regocijan en la tempestad acústica y mientras unos se dejan llevar por sus sueños, otros escudriñan los sueños ajenos buscando la falta, la grieta, la herida. Las notas, libres ahora, no descansan en su frenesí viajero, liberadas de su medio, la cuerda vocal, vagan despertando los tedios.

CCLXXVIII... Incuus.- Dulces de monja

semana: 12-1-2007
tema: Historias secretas del convento
ganador: Incuus
título: Dulces de monja.


¿Y qué?, ¿a quién le debo cuentas? ¿Por qué iba a ser peor un convento que cualquier otra salida? O que cualquier otro encierro.
Profesar en la clausura es como matarse, pero con la ventaja de que sigues viva. No para los demás, de acuerdo, pero los demás no importan. Cuando estaba fuera tenía que pensar para ellos, sonreír a su gusto y contar con decenas de voluntades antes de formar mis planes. Ahora no tengo planes. Y los pocos que me quedan, aferrada a mis libros y a los cuadernos que lleno con poemas que nunca pude escribir son míos y sólo míos.
A veces comparto esos pobres versos con alguna hermana, pobre hermana también, y las mujeres que me rodean no son peores en su neurosis de encierro de lo que era mi familia en su neurastenia de fingida libertad.
Nada es peor que mi familia. Nada puede serlo.
Aquí me exigen tres votos y el estricto complimiento de unas rutinas que no me estorban. Pobreza. la pobreza no es estorbo para el que nada desea. Castidad, la que yo misma elegí por cuando dije que no a Carlos. Obediencia, menos y menos grave que la que mi padre exigía.
Y aún dicen que estas cosas son residuos de otros tiempos. ¿Qué tiempos?
¿No sucede aún hoy en día que una familia que fue rica deja de pagar un par de letras y se le viene encima la hipoteca?, ¿no sucede que las cuentas que otros hacen acaban por ponerte en la columna de los libros de balance?
Carlos era rico, sí. Y me quería. No lo niego. Pero yo lo detestaba, y odiaba más aún la viscosa suavidad con que mi padre permitía que manoseara delante de él, y los pretextos que buscaba para dejarnos a solas en aquella casa necesitada de mi docilidad para no pasar al banco.
Cabrón es el varón que consiente en el adulterio de su esposa. Eso dice el diccionario. ¿Pero cómo se llama al padre que consiente en la corrupción de su hija de quince años? Ni el diccionario tiene palabras para infamia semejante.
Le dí a Carlos lo que quiso y parece que me amó. le di a mi padre la espalda y al cumplir los diecicocho, en mi fiesta de cumpleaños, pensé cortarme las venas y dejar de padecer tanto asco, tanta náusea reprimida contra el peso que ponían en mi espalda y en mi vientre.
—Y en un par de años, la boda —dijo mi padre ante el pstel.
Pero el pastel era yo.
Y el pastel se quiso amargo.
Carlos se pegó un tiro y mi padre murió de la vergüenza cuando al fin se lo quitaron todo.
Dos muertos y una ruina.
Una quiebra en leche frita.
Crepes de sangre.
Dulces de monja.

jueves, 15 de marzo de 2007

CCLXXVII... Iconoclasta.- "La trompeta y las palomas"

semana: 5-1-2007
tema: Bemoles y sostenidos
ganador: Iconoclasta
título: "La trompeta y las palomas"


Una noche, cuando mi hermano volvió del trabajo, irrumpió en el salón nervioso, exaltado.
— Mirad lo que me he encontrado en la calle, estaba junto al contenedor de la basura —nos dijo mientras mostraba orgulloso, en su mano levantada, una gran trompeta plateada— y está nueva, no entiendo como la han tirado.
— A saber de quien era esa trompeta, que asco —dijo mi madre acompañando sus palabras con un gesto que no dejaba dudas sobre lo que pensaba.
— Se lava la boquilla y listo —dijo mi hermano mientras se encaminaba al lavabo con la trompeta en la mano.
Escuchamos el ruido del agua correr y el frotar de la toalla sobre la boquilla. Después, mi hermano se fue a su cuarto y no fue, hasta media hora más tarde, que no escuchamos el sonido de la trompeta por primera vez.
— Tarariiiiiiiii, tararaaaaaa.
Al principio nos hizo gracia como desafinaba, como el metal maléfico de aquella trompeta destrozaba los sonidos, pero cuando llevábamos un rato escuchando aquel concierto, empezamos a intuir el problema que se nos venía encima.
Recuerdo que acompañé a mi padre a la habitación de mi hermano. Tenía los mofletes hinchados, rojos, a punto de estallar, soplaba con toda la fuerza que podía aquella trompeta. A través de gestos y signos logramos hacernos entender y mi hermano, por un instante, separó su boca de aquel instrumento demoníaco.
— Hijo mío, es tarde y los vecinos van a protestar. ¿Por qué no lo dejas para mañana? —le indicó mi padre con su habitual tranquilidad.
— Papá, lo he decido, voy a ser trompetista, el trabajo en la ferretería no me gusta. Lo mío es la trompeta —contestó mi hermano que de inmediato volvió a soplar con fuerza.
Volvimos al salón con una cierta desazón y preocupados por la noche que se nos avecinaba.
— María tráeme el algodón del botiquín —solicitó ni padre a mi madre— Mañana ya veremos lo que hacemos, pero por lo menos vamos a asegurar esta noche —dijo mi padre mientras con sus dedos iba formando bolitas de algodón.
El efecto amortiguador del algodón, junto con las puertas prudentemente cerradas hizo posible que sobrellevásemos la noche, a pesar de que mi hermano no paró, ni por un instante, de practicar con su trompeta.
A la mañana siguiente, mi padre se levantó muy temprano y al rato volvió con unas placas de corcho.
— Vamos a forrar su habitación con estas placas —nos comentó con la alegría del que ha dado con la solución a un problema.
Tuvimos que hacerlo con los tapones de algodón en los oídos, porque mi hermano no accedió a nuestra propuesta para que parase, al menos, mientras instalábamos las placas en su habitación.
Fue un fracaso, quizás aquellas placas fuesen capaces de parar el sonido de una flauta, pero demostraron su ineficacia a la hora de hacer frente a la trompeta de mi hermano.
Vivimos así durante meses, envueltos en las notas metálicas de aquella trompeta, día y noche, consultamos sin éxito a los mejores catedráticos de aislamiento acústico, nada se podía hacer. Hasta que un día, un compañero de mi padre, jubilado también, dio con la tecla.
— ¿Por qué no lo pasáis a las palomas?
— ¿A las palomas? —dijo mi padre.
— Sí, tú ve dejándole maíz en el cuarto, cada día un poquito más y ya verás como se va pasando.
El primer día, mi padre le dejó a mi hermano un pequeño cartucho de maíz que compró en el parque. Efectivamente, a eso de media tarde, mi hermano dejo por un momento de tocar la trompeta y esparció el maíz sobre el alfeizar de la ventana. Al rato tenía a las palomas dando buena cuenta del mismo. Lógicamente, acabado el maíz, se fueron las palomas y mi hermano volvió a la trompeta.
Así seguimos varios días, aumentándole la dosis de maíz, cada día los espacios sin trompeta se iban dilatando de manera proporcional al maíz que ya se lo suministrábamos en cubos.
A las dos semanas mi hermano dejó abandonada la trompeta en la cama puesto que dedicaba todo el tiempo a alimentar las palomas. Aprovechando que iba a cambiar las sábanas, mi madre pudo sacar la trompeta envuelta en las mismas.
Hoy en día, mi hermano se dedica por completo a las palomas, mi padre le suele poner entre diez y doce cubos de maíz en la puerta de su cuarto, pero como él dice: “tampoco sale tan caro”.
-- Feliz año a todos --

CCLXXVI.- Blanca_L "El tonto del pueblo de al lado"

semana: 29-12-2006
tema: El idiota
ganador: Blanka-L
título: "El tonto del pueblo de al lado

Epifanio el tonto era feo y desdentado y, cuando comía galletas, salpicaba perdigones alrededor y se reía: “La jodí, la jodí¡¡¡”, y cogía otra.
Se sabía el santoral de memoria. En verano salía por el pueblo con su pata coja, por el paseo de la playa adelante, a tomar el fresco y una horchata cuando tenía con qué, porque su madre, que era ya muy vieja, no le podía dar casi nada. Se sentaba a jugar con los perros y miraba las estrellas, y cuando veía una chica guapa la perseguía diciéndole al oído:
— ¿Cómo te llamas? ¿Cómo te llamas? ¡Dame una perrica y te digo tu día!
Las niñas se asustaban de verlo detrás de ellas, tan feo y sin dientes, pero las mamás avisaban: “No pasa nada, es el Epi, pobrecillo, dile tu nombre y te dice qué día es tu santo”. Y las niñas se lo decían: “¡Yo,Sonia! ¡Yo, Marisa! ¡Yo, Alejandra! ¡Yo, Antonia!”
— ¡Antonia! ¡Antoñica! ¡Ése me lo sé!—se reía y farfullaba contento— ¡Tú, el diecisiete de enero! Porque san Antonio Abad nació en Egipto hacia el año doscientos cincuenta, ‘distrimbuyó’ sus bienes y se retiró al desierto donde comenzó a llevar una vida de ‘osceridad’ y penitencia. Reunió a muchos discípulos, supo confortar a muchos confesores durante la ‘presencución’ del Diocleciano y apoyó firmemente a San Atanasio en sus luchas contra los ‘marranos’... ¡Yastá! —y ponía la mano arrugada para recoger la perrica, la moneda.
Tremendas carcajadas se levantaban entre las chicas.
— ¡Pero yo soy de octubre! —protestaba la Antoñita, sabidilla.
— ¡Ah, San Antonio María Claret, obispo y fundador! —rectificaba rápido Epi manteniendo firme el tipo— El veinticuatro de octubre con Audacto y Jenaro presbíteros; Séptimo, Fortunato, Aretas, Marcos, Poncia, Petronila, Soterica, Valentín, mártires; Proclo, Magario, Bernardo, Calvo, Evaristo, obispos; Martín, abad y Nicéforo, monje… ¡Yastá! Antoñica, dame la perrica ¡¡¡
Antoñita alzaba la nariz y no le daba nada porque no había acertado a la primera y era un tonto, pero las amigas se reían y hacían coro: “Antoñita, dale la perrica¡¡¡ Dale al Epi la perrica, Antoñita”, y la chica se sofocaba y se rendía, y le daba unos céntimos para que se fuera.
— No la jodí, no la jodí¡¡¡ —se largaba el Epi muy contento, y se comía otra galleta y salpicaba de migas todo el contorno en dos toesas, sin importarle que cayeran sobre los niños, sobre la chaqueta del alcalde que pasaba o en la cabeza de la jipi que enfilaba collares sentada en el suelo, porque las migas babadas eran su forma democrática de participar en la vida de su pueblo.

miércoles, 14 de marzo de 2007

CCLXXV ... Chesterton.- "Tom y el terror pánico"

semana: 22-12-06
tema: “La odisea espacial del Comandante Tom”
ganador: Chesterton
título: "Tom y el terror pánico"

El cielo se encapotaba y despejaba en un frenesí incontrolado, que teñía la infinita llanura de los campos de maíz de claroscuros veloces, sombras que avanzaban resueltas hacia un destino que sus ojos nunca verían. Los tres ancianos escuchaban con admiración la perorata del adolescente, un adolescente con un brillo especial de sabiduría en los ojos y mucho más pausado que su inquieta audiencia. El rancho parecía no haber sido habitado desde hacía décadas, pero allí, protegidos del viento feroz bajo un porche destartalado y que a través de sus hendiduras ponía luz en parcelas de las gastadas pieles de los tres longevos hombres sentados en sus mecedoras, tan gastadas y chirriantes como sus propios huesos, el joven Paul Fletcher contaba su historia.
_No creáis que gusto de ello –decía- pero tengo la vana, casi imposible, frustrante, quimérica esperanza de que mi historia perdure en la memoria de los tiempos. Yo no conocí a Tom, no más que os conozco a vosotros, mi relación con él era de superioridad jerárquica, su relación conmigo, en correspondencia natural, era de sumisión. Sin embargo, lo comprendo. Lo comprendo y lo admiro, amigos, porque… ¿qué humano sería capaz de enfrentarse a semejante visión sin perder la razón? ¿acaso creéis que vosotros no desearíais morir en ese trance? Y sin embargo él, que vio mejor que nadie el horror, alejado, ajeno a él pero percibido en su totalidad, ¡una visión global del sentido de la existencia! ¡y en la más absoluta soledad! no claudicó y no se dejó llevar por la negra mano de la muerte. Le bastaba apretar un botón, pero no, se enfrentó al horror cara a cara, no lo derrotó, no existe héroe capaz de hacerlo, pero aguantó sus envites mejor que lo haría cualquiera de nosotros. Perdió el juicio, de acuerdo, pero no pestañeó, no se dio la vuelta como si ignorando el espanto, éste dejara de existir.
Los ancianos escuchaban impertérritos, con sus babas pendulando en la dirección en que soplaba el viento. El más viejo de ellos chupaba su pulgar de un modo infantil, todos sabemos que la vida en sus extremos casi completa un círculo perfecto y no sabemos si el que se va a morir se asemeja al recién nacido o a la inversa.
_Sé que posiblemente mi discurso se perderá en el devenir de los tiempos, pero mi conciencia quedará tranquila. Tom, en una misión especial rutinaria descubrió el secreto de lo que conocemos por la vida, descubrió que no hay Dios ni progreso, sólo una tenebrosa mutación cíclica. Él vio a la Tierra detenerse en su eje y comenzar a girar en sentido contrario. Y aquí nos encontramos, regresando al punto de partida para comenzar de nuevo. ¡Cuántas vidas habremos vivido! ¡Cuántas veces habré lanzado este discurso! Vosotros, que os acabáis de levantar de la tierra, que venís aquí en busca de respuestas no podéis entenderlo, malgasto mis palabras tratando de explicar, tratando de que mi verdad llegue hasta el principio de los tiempos, de advertiros que sí hay fin. ¡O principio! aún no sabemos cuál es cual.
A medida que hablaba el sol iba desapareciendo por el este, las crías de golondrina que esta tarde habían despertado al mundo y piaban desconsoladas implorando alimentos a sus laboriosos progenitores volvían a los cascarones que se cerraban sobre sí mismos.
Paul se rindió y se dejó caer desolado sobre un taburete contemplando el horizonte. Los ancianos lo miraban alucinados, como se estudia a una especie extraña, a un loco, a un genio, a cualquier cosa de la que sólo se atisba su esencia y en la que no se puede penetrar nunca por completo.
No comprendéis. No podéis comprender el horror. Y aunque lo comprendierais no podríais hacer nada por cambiarlo. Es inútil mi esfuerzo y mi única desgracia es haber nacido en uno de los extremos del Universo, sería afortunado si fuese un ignorante como vosotros, pero soy testigo del mundo, un mundo que me priva de poder haceros entender, de que podáis tener la esperanza de que sólo dentro de unos pocos millones de años volveréis a la vida, ¡no comprendéis que tendréis más oportunidades de cambiar vuestros errores, todos los errores de la humanidad, toda la destrucción a la que nos sometemos a lo largo de los siglos! Si existe un infierno, éste es. El horror..., susurró.

martes, 13 de marzo de 2007

CCLXXIV ... Clochard.- "Clochards"

semana: 15-12-2006
tema: El famoso enigma de Gabriel García Márquez
ganador: Clochard
título: "Clochards"

Llevaba cinco días de más caminando, se había perdido en el camino de un sueño, algo había fallado en los sistemas, estaba en un paso desolado de una vida que nunca le había pertenecido.
Cinco días dando vueltas por el Mercado de les Halles en París junto a los vagabundos que atendían al sonido de la campana, la cloche, que les avisaba del fin de las transacciones y de su turno para escarbar entre los restos desvencijados, entre los desechos del día. Durmiendo bajo los puentes del Sena acunado por algún violín y mendigando con gruesos guantes de lana.
En aquellos tiempos, los suyos, se había puesto de moda viajar atrás en el tiempo de una vida para revivir un beso, dar un abrazo nunca dado, un lo siento, cualquier cosa no hecha, una palabra no dicha, una oportunidad perdida. Instantes irrecuperables que habían marcado toda una vida y que seguramente, en caso de existir la reencarnación, esa carga se irá arrastrando a otras vidas como una cuenta corriente de débitos por vivir.
En un instante anterior a la muerte una sustancia, extraída de un hongo que solo se cultiva en invernaderos gravitantes que orbitan la Luna de Tritón, y que previamente ha sido autoadministrada con una mínima antelación de cuarenta y ocho horas a la muerte es capaz de realizar un receso en la vida, revivir una situación justo en el momento en que el corazón deja de latir y al cerebro todavía le quedan instantes por vivir. El piloto es la mente, ella puede escoger el viaje previo entrenamiento con instructores místicos de la psique o dejarla que elija aquello que le atormenta o que añora.
La poca conciencia que le quedaba le hacía arrastrarse con aquellos clochards sabiendo que la oportunidad que buscaba y que ya había olvidado no iba a ser vivida.
¿Qué hacía en París?
El octavo día lo supo.
Apenas tenía fuerzas y se apoyó junto al muro cerca de la entrada de la estación Gare de Lyon, escuchó el anuncio de la salida del tren hacia Roma cuando apareció una mujer y le preguntó si se encontraba bien. Él la reconoció a pesar de haber viajado hacía el futuro y no hacia el pasado. Juntos habían soñado mil veces con París, perderse por sus viejas calles sin nombre, amarse a orillas del Sena y dejar incrustado en algún hierro de sus viejos puentes un corazón para la eternidad. Con voz apenas audible le dijo una y otra vez “te quiero”, “te quiero”, “te quiero”, por todas las veces que nunca se lo dijo. Él seguía balbuceando una y otra vez: “te quiero”, “te quiero”,... mientras ella le ayudó a cruzar la calle y lo inscribió en un Hotel, lo dejó tumbado en la cama y se marchó deprisa para tomar el tren de las 22:00 que le llevaría a Ginebra en tres horas.
A la mañana siguiente la camarera que le llevó el café lo encontró muerto y podrido en la cama. La autopsia demostró que el huésped llegado la noche anterior estaba muerto desde hacia ocho días.
Era el primer fallo que se producía o del que se tenía noticia, la Organización Mundial de la Salud informaba de un nuevo riesgo con el hongo del pasado. Mientras la noticia se propagaba por el mundo civilizado una mujer, en la habitación de un hotel en Ginebra, lamía las heridas de su pasado y su mente, a su libre albedrío, iba forjando a través de la sustancia que corría por sus venas el trazado de un viaje que la llevaría ocho días y ocho noches por las calles de París de la mano de un clochard.

CCLXXIII Lizard-King.- "Mgonda"

semana: 8-DIC-2006
tema: POBREZA
ganador: LIZARD-KING
título: "Mgonda"

Mgonda Punta de Tarifa, septiembre de 2019.
El cielo se tiñe de blanco al amanecer, iniciando el desfile de tonos azulados que anuncia un nuevo día en el estrecho de Gibraltar desde hace millones de años. Pero al contrario que el anteriores amaneceres, esta vez el mar no acompaña a cielo en su baile de matices turquesa y corrientes plateadas que serpentean de este a oeste. En su lugar, una masa negra informe cubre toda la superficie marina, manteniendo la noche de los tiempos entre la costa africana y la europea, uniendo de nuevo los cabos, esta vez con una marea de hombres que la cruzan.
Lose servicios de información satelital del ejército europeo han establecido un cálculo aproximado; se trataría de doscientas cincuenta mil embarcaciones que pueden estar trayendo algo más de seis millones de personas a la costa gaditana en este momento. La invasión esperada al fin ha comenzado.
No muchos años atrás, un caudillo mauritano armado de dialéctica y televisión fue capaz de liderar y llevar la fe a las masas pobres de los distintos países subsaharianos.
Mgonda, que así se llamaba aquel hombre en la cuarentena, había estudiado en la Sorbona de París consiguiendo uno de los expedientes más brillantes en la facultad de Filosofía. Escribió algunos libros, dio algunas clases y regresó a sus orígenes. Organizó lo que él llamó el Movimiento por un Futuro Negro y fue atrayendo para la causa a cientos de miles de indigentes. Levantó un campamento en la ciudad africana de Tánger y esperó el momento para el amanecer negro que habría de venir.
Ahora, al alba, a un lado y otro de la brecha atlántica, el general alemán Pirrot, al mando de las Fuerzas Europeas de Contención de la Inmigración, y el comandante Mgonda, caudillo de los indigentes africanos, se observan con sus respectivos prismáticos militares.
- General, le ruego deponga las armas y permita que el desembarco del Futuro tenga lugar en un ambiente de camaradería. Hoy es un día histórico para la humanidad africana. Póngase del lado de los ganadores y no ocurrirá ninguna desgracia.
- Comandante, no podemos permitirlo. Tenemos leyes y ustedes deben cumplirlas. Estas no son formas, existe el papeleo y ustedes...
- Tome nota de las normas de comportamiento que solicitamos, general Pirrot. Todos los supermercados de la provincia deberán estar abiertos para nuestros hombres. Los hospitales preparados y con todo el personal en sus puestos. Los hoteles quedarán a nuestra disposición en un plazo máximo de diez horas ¿ha tomado nota, mi general?
- ... Deben volver a sus países o dispararemos. Lo que están haciendo no es justo ni ayudará a una Humanidad mejor.
- No me hable de justicia, general Pirrot. La justicia es un lujo para burgueses apoltronados en su riqueza. No nos interesa, no la valoramos en nuestra desesperación, no cabe en los ojos vidriosos de nuestros hijos cuando mueren de hambre. Y tampoco me hable en nombre de la Humanidad: somos demasiado diferentes, mi general. Si la estatura de la especie humana se repartiera de la misma forma que lo hace la riqueza, para mantener esa media de 170 centímetros de altura que tienen los seres humanos, la mitad de la población del planeta no mediría más de 3,4 centímetros ¿cree usted que en ese caso podríamos hablar de una única especie, de una Humanidad? No, no lo cree. Yo tampoco. Ya no podemos hablar de un único ser humano en el mundo ni de un proyecto común. Porque las diferencias son demasiado grandes y mientras eso perviva no habrá hermandad alguna entre nosotros. ¿Realmente cree usted que vamos a parar esto? ¿en nombre de qué? ¿Acaso el agua, tras la torrencial lluvia, pide permiso para desbordar los diques mal calculados por ingenieros corruptos?
- Este es el último aviso, comandante Mgonda. Abriremos fuego si no deponen su actitud.
- Déjeme recordarle, mi general, que usted tiene balas y nosotros hombres desesperados. Y que sus balas son bastante más caras que mis hombres. Y que yo, encima, tengo más.