viernes, 18 de mayo de 2007

295... Blanka-L, La ventana

semana: 11-5-07
tema: La cajera, el cajero
ganador: Blanka-L
título: La ventana

En el barrio del Soto vivía una viuda pobre en el sótano de un palacio.

El barrio del Soto es rico y barroco, amplio, animado, y tiene grandes casas palaciegas de piedra rosa que, cuando la posguerra, las dividieron para hacer pisos de lujo que ocupó gente bien. Se entra por los grandes portones para carruajes y se llega a unos patios interiores tan amplios que crecen los árboles, anidan las fuentes y serpentean los caminos de arena hasta unos habitan banquitos de madera para los vecinos enamorados. Son auténticos parques enclaustrados entre los muros. Allí dan las ventanas de las cocinas y de los cuartos interiores y todo está en paz.

El sótano de la viuda tenía una ventana a la calle.

La situación es distinta en la calle porque la zona del Soto tiene un exceso de vida comercial y hay mucho tráfico, gente que recorre las aceras arriba y abajo todo el día buscando cosas en los escaparates. Hay dinero, se huele, y hay prisas y muchísimo ruido. Tener un metro de escaparate en El Soto es un gran negocio, eso lo saben los bancos y las grandes firmas comerciales que pagan alquileres fabulosos por cada palmo de terreno que alquilan allí. Pero también, levantas la cabeza y cualquier ventana se puede convertir en un escaparate: ropa de moda, bordados, chucherías frágiles, dulces, telas maravillosas, antigüedades, partituras, abanicos, cosas suaves… Parece que las mujeres prefirieran las ventanas para exponer lo que ellas mismas hacen y venden, porque en aquel barrio hay mucha tradición factora en materia de delicadezas, ya que, en tiempos, las damas venidas a menos sólo se consideraba bien que se ganasen la vida cosiendo y bordando y otras tareas no del todo útiles pero sí bellas.

La viuda tenía una sola hija muy bonita y muy loca, que hacía cajas.

Siempre que paso por El Soto voy a echar una mirada a la ventana de la viuda para ver a la niña. La ventana es grande, un grueso arco a ras de acera con cierre de barrotes por donde, antes, entraban el carbón para las calderas, que lo traían a sacos los carboneros en carros de madera, con caballos peludos con campanillas… Ahora hay calderas de fuel y cristales en la ventana, y el alfeizar, tan ampliamente ancho y profundo como los cimientos de piedra sillar del palacio, es un escaparate de lencería. Camisones bordados, braguitas, sostenes, sedas y encajes blancos brillando en aquella especie de mazmorra.
La hija de la viuda, una chica rubia, se sienta por las tardes en un rincón del escaparate con las piernas descalzas y hace cajitas a la vista del público que se detiene a mirar interesado. Las hace de cartón y las forra de seda de colores y les pone lazos y cintas que les cuelgan, y uno sabe al instante que un buen conjunto de espuma de puntilla de los que hace la viuda, quedará insuperable dentro de una de esas cajas de seda, tanto como luce un buen hombre en un buen coche, y que el detalle le conquistará los favores de cualquier novia que tenga a bien echarse aunque sea dura como una piedra, si es que a uno le gustan duras y altaneras… y se ve que la gente de la calle piensa lo mismo y entran en el sótano de la viuda por el portal y compran, y el negocio va bien.
La jovencita, el reclamo, no habla ni tiene interés en nada que no sea su mundo de cajas. Nos mira sin ver con unos ojos grandes, azules, sonrientes, y sabemos que tiene la cabeza a pájaros, la pobre, tenía que ser así con esos ojos como cielos para perderse en ellos, pero sabemos que se encuentra bien y que está contenta.

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