jueves, 10 de mayo de 2007

CCXLIII... Jmlvfalco.- Los jueves, milagro

semana: 27-4-2007
tema: La merienda
ganador: JMLVFALCO
título: Los jueves, milagro

Mi merienda escolar favorita (de hecho, la única que comía en toda la semana) era el bocadillo de mantequilla con azúcar. En realidad no era ni siquiera un bocadillo, porque constaba sólo de una rebanada de pan, untada con una gruesa capa de mantequilla, sobre la que discurrían, anárquicos, algunos regueros de azúcar. Esta delicia tocaba los jueves y ya desde la mañana (aunque comprendo que esto podría ser mera sugestión) se desparramaba por toda la escuela el olor inconfundible de la mantequilla y hasta el aire sabía a azúcar.
Los lunes, chocolate, un pedazo de cacao más bien áspero y amargo. Martes, mortadela, ese jamón para pobres. No recuerdo de qué era el bocadillo de los miércoles y no estoy seguro de que el viernes nos diesen alguno. Bajábamos por la gran escalera de madera rechinante como una marabunta y sospecho que no colocaban el canasto de los bocadillos por temor a que lo chafase nuestro desaforado avance. Aquel vetusto entramado de juncos y cáñamo que guardaba trocitos de corteza de pan, como vestigios de una historia que nadie escribiría.
La mantequilla no está de moda. Tuvo su tiempo, por una afamada película de Bertolucci, pero luego vinieron los puritanos de la salud, parapetados tras ese fantasma llamado colesterol, y la encerrarom junto con otros placeres prohibidos. Qué sabrán ellos, que no pueden ni imaginar el gusto sublime de aquella masa intensamente amarilla, compuesta de minúsculas bolitas de pura grasa, cubierta apenas por un velo de azúcar, como una adolescente al tiempo pudorosa y procaz. Había que ver los incisivos del Fofi, mi compañero de pupitre, hundiéndose en la mantequilla como si unas arenas movedizas quisieran comérselo entero y su caballo árabe no pudiese rescatarlo. El Fofi, que venía de hacer el ridículo en la clase de música, cuando cantábamos a coro un estribillo y, a la indicación de bis, los demás repetíamos el fragmento mientras que él se desgañitaba cantando ¡BI-IS!, como otra parte de la letra. Cero en canto, pero en paladear mantequilla no tenía rival.
En una ocasión se me cayó la rebanada de pan con mantequilla, naturalmente boca abajo, como prescriben los cánones de la desgracia. Volví desesperado al canasto, pero ya no quedaban muestras del manjar, y decidí comerme la rebanada caída, abrazando la tímida esperanza de que el azúcar hubiese frenado el ataque de la suciedad. Pero otro alumno menos escrupuloso (y más rápido de reflejos) había recogido la rebanada y ya la tenía prácticamente engullida: por la comisura izquierda le asomaba el prodigio de una lengua amarilla y otra lengua carnosa, la de siempre, dibujó un trazo de guadaña, de derecha a izquierda, para rebañar la excrecencia contra natura, y el alumno recobró la facultad del habla aunque continuó con los ojos en blanco durante unos segundos.
Dudo mucho que el Fofi o el arrojado roba-mantequillas hayan muerto a causa del colesterol, pero yo sí estoy menos vivo que entonces. La línea del horizonte ya no es una frontera estanca, sino una débil irregularidad del paisaje. Ya sé que esto refleja un decaimiento de mi agudeza visual, pero sucede que la mantequilla retrocede ante la basura cursi llamada margarina, y constato entonces que no sólo decaigo yo, sino todo cuanto me rodea. Ya no formo parte de una marabunta que se abalanza sobre bocadillos de mantequilla con la certeza pueril de que nada malo puede ocurrir y a veces me atenaza la convicción de que todo es extraño o deleznable, o al menos indigno de ser comparado con el grosor divino de aquellas túnicas de mantequilla. Porque el Fofi llamaba al bocadillo de los jueves la túnica sagrada, y el tipo cantaba fatal, pero en materia de mantequilla era un filósofo imprescindible.
No sé dónde fue el canasto de las meriendas, aunque me gusta pensar que un perfumista avezado todavía podría detectar el finísimo aroma de mantequilla y azúcar que todos los jueves m me azuzaba como una promesa.

jmlvfalco 30/04/0722:09

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