viernes, 22 de junio de 2007

CCC... Martinidry, "America, sweet America"

semana: 16-6-2007
tema: Nosotros
ganador: Martinidry
título: AMERICA, SWEET AMERICA.

–Alguien dijo una vez, en un acceso quizá involuntario de cordura, que todo lo que tenemos que hacer en la vida es conservarla hasta que llegue la muerte. Y bien cierto es que no parece ser falso tamaño aserto.

–Y… ¿si cuando llegase la Parca estuviéramos ausentes?. No disponibles, ya sabes, como los canadienses.

–En ese caso, volvería. La Parca siempre llama dos veces… ¿o era el cartero?

–Sí. Era el cartero.

Estas fueron las últimas palabras de Julien Stardust III antes de entrar en la cámara de criogenización y cerrar la puerta por dentro. Fuera, en un cajón de la caja de seguridad de Philleas McAndrew, notario del Columbia District, estaban las instrucciones a seguir: a partir de este momento se le podía considerar socialmente muerto y Mr. McAndrew, como albacea testamentario, debería ejecutar el testamento.

Philleas McAndrew, rápido como un coyote, no tardó más de doce horas en convocar a los sorprendidos herederos y abrir, ante los congregados, con estudiado gesto teatral la mencionada caja de seguridad.

Junto a las cláusulas de uso sobre partidas testamentarias –que, para los más desconfiados, debían de ser atribuidas a beneficio de inventario– se encontraban instrucciones para la constitución de la Fundación Stardust con sede en Las Vegas. Misteriosa fundación ésta que se financiaría con los beneficios de las salas de juego, hoteles y espectáculos de la enseña Stardust y que sería administrada por el gabinete de abogados Jhonston, Cleary & Esterhazy de Washington bajo la presidencia de Tom Sturrock, 2254 Ocean Drive, Los Angeles.

En ese momento, Jhonston, Cleary y Esterhazy, con la coordinación de un equipo de natación sincronizada, se levantaron como accionados por resortes y rompieron en cerrada ovación. Mr. McAndrew, tosiendo con afectación, pidió servicio de café y consultó un instante su Choppard de oro mientras las curvas de su secretaria, los muffins y el brebaje humeante, restablecían la calma.

Junto a las dichas disposiciones y esperando su turno, un sobre crema aún cerrado y lacrado, impreso con membrete en relieve y oro de Julien Stardust III con la mención “Abrir el 31 de diciembre de 3000” escrita en tinta verde y bella caligrafía, reposaba sobre la caoba de la sólida mesa que el doctor en leyes Philleas McAndrew había hecho instalar en su sala de juntas. En torno a esta mesa se encontraban todos los afectados menos uno: en efecto, faltaba Tom Sturrock.

–Damas y caballeros –inició el leguleyo tomando el sobre con la devoción de un sacerdote–, es voluntad póstuma de mi cliente, permanecer en criogenización hasta el momento de ser abierto este sobre del que me ha hecho depositario y custodio. Entiendo que sus instrucciones han sido entendidas por todos y, en caso de que esto no fuera así, sigo entendiendo que no tengo por qué explicarles nada más. Y ahora, si me lo permiten –el Choppard volvió a fulgir al ser consultado–, tengo que ocuparme de encontrar al señor Tom Sturrock, 2254 Ocean Drive, Los Angeles, que no tengo la menor idea de quien pueda ser, todo sea dicho, para hacerle entrega de sus poderes y acreditarlo como presidente de la Fundación Stardust. Buenas tardes –salío sin tomarse la pena de dar un portazo.

Seis horas más tarde del fallido portazo, un enjambre de periodistas se agolpaba en torno al 2254 Ocean Drive, Los Angeles, una manufacturera de cartonajes medio en ruinas, en busca del señor Tom Sturrock. Huelga decir que el tal señor Tom Sturrock era un perfecto desconocido en el 2254 Ocean Drive, Los Angeles, y nadie supo dar noticia de él; y en pocas horas, a través de los medios de comunicación, el señor Tom Sturrock, 2254 Ocean Drive, Los Angeles, se convertía sin él olerlo ni beberlo en el personaje más misterioso y buscado de todos los Estados Unidos de Norteámerica.

Sin embargo, una señora que acostumbraba a alimentar a los gatos del barrio, sí que notó la falta de un "homeless" con quien solía parlamentar en sus excursiones gatunas y notar que en su abandonado domicilio de cartones aún se conservaban restos de latas, comida china y hamburguesas medio consumidas. Nadié le preguntó y, por lo tanto, ella pensó que habría muerto.

Ninguna de las pesquisas dio resultado y una cierta congoja, a medida que se aproximaba la fecha de la constitutiva, se fue apoderando de los consejeros de la Fundación Stardust. ¿Quién sería ese maldito Sturrock?

El señor Tom Sturrock, 2254 Ocean Drive, Los Angeles, se presentó, no obstante, por sus propios medios en la ceremonia de constitución de la Fundación Stardust sin previo aviso y no sin ciertos problemas para franquear la entrada, debidos éstos, sobre todo, a su lamentable aspecto. Aunque el mero nombre de Tom Sturrock, pronunciado en alta voz, hizo que temblasen las columnas y los cimientos del palacete neoclásico, sede de la fundación en Las Vegas, y le fuera permitida la entrada, no le salvó de verse acompañado de dos gorilas hasta la sala del consejo de administración.

Una vez instalado a la cabecera de la imponente mesa, el señor Sturrock presidió la asamblea con admirable corrección no exenta de un agudo sentido del humor según los comentarios más generalizados. En una brillante intervención, otorgó poderes por un año al señor Esterhazy de Jhonston, Cleary & Esterhazy de Washington y pidió dos millones de dólares y línea crediticia para dar la vuelta al mundo.

Hubo una ovación cerrada. Todo el mundo se abrazó y en un momento la sala del consejo se hizo una kermesse. Hubo vivas al señor Sturrock, glorias al señor Stardust y la ancianita madre del señor Cleary de Jhonston, Cleary & Esterhazy de Washington, ondeó una banderita con las barras y las estrellas. También saltó alguna discreta lágrima antes de que Sturrock tomase de nuevo la palabra.

–Colegas –comenzó Sturrock–, my dears friends, yo ahora me piro a dar el voltio al planeta. Les convoco aquí para el año que viene: mismo día y a la misma hora; quiero que sean felices como yo lo soy, quiero que hagan mucho dinero como lo hizo el viejo cabrón de Stardust en su día. Y, por último, vayan acondicionando otra cámara de criogénesis junto a la del crápula de Stardust, que es mi deseo utilizarla en breve –carraspeó y se miró las uñas–. ¡Ah!, señor Jhonston, y no se olviden de poner una inscripción a la entrada de la cámara que diga: "NOSOTROS". Have a good day all people.

Y se fue como un Charlot redivivo.

America, sweet America.

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