domingo, 10 de junio de 2007

CCXCVII... Hablador, "Aurelio" ... y Blanca_L: "El gigante"

semana: 25-05-2007
tema: La paternidad
ganadores: HABLADOR: "Aurelio", y BLANCA_L: "El gigante"



  • Aurelio
Tan solo una vez Aurelio bajó del monte a la ciudad. El resto de sus treinta y seis años los fue dejando por riscos, majadas y prados de pasto, donde el pastoreo era la única salida. No echaba nada en falta, aunque poco tenía. Ni soñaba un futuro mejor en las innumerables horas de solitaria reflexión junto a las ovejas. Se encontraba tranquilo en su vida de pastor, viviendo con sus padres y un hermano mayor que, como él, se sentía feliz de llevar una vida tan austera como desprovista de sobresaltos.
Su padre y su hermano sí que bajaban a la ciudad un lunes al mes. Acudían al mercado agrícola de Gernika. Fieles a la tradición montaban en el viejo Land Rover y desaparecían camino abajo muy de mañana. Si a la vuelta regresaban por el camino asfaltado ya sabían, su madre y él, que la venta había sido buena y que venían cargados de provisiones. Si por el contrario aparecían entre la polvareda del camino de Nabarniz, se volvían a sus quehaceres tratando de olvidar el hambre que se les avecinaba.
La única vez que Aurelio estuvo en Gernika también fue un lunes de trabajo. Hubo venta, por lo tanto el padre estaba feliz y por ser la primera oportunidad en que bajaba con su hijo pequeño quiso recompensarle. Le dio unas pesetas y le dijo que las gastara bien, que no volviera a casa hasta el día siguiente y que si preguntaba en la calle de la Rua tendría cama y quién sabe si compañía para la noche. De aquel día poco o nada recuerda Aurelio. Sabe que entró en una casa de las llamadas de citas y sabe que bebió cosas de las que desconocía la existencia. Pero de cómo regresó al siguiente día al monte con los suyos no tiene idea.
Diez meses después de aquella experiencia y con ocasión de otro lunes de mercado, su padre volvió con noticias extrañas. Edurne, la hija de Juan Antxon Gasabe, había parido un niño en pecado, sin padre reconocido. Todos sabían que Edurne se dedicaba a la vida nocturna y por eso nadie quiso hacerse cargo del bebé. Pero el padre de Aurelio, tras coincidir con la madre y el niño, había encontrado un parecido sorprendente con su hijo y estaba convencido de que era su nieto.
Durante unos días Aurelio no hizo más que pensar en aquel vacío de su mente que no le dejaba recordar. Si era verdad que había estado con aquella mujer, si las posibilidades de que fuera hijo suyo eran suficientes, tendría que asumir la paternidad y reconocer al niño. Seguramente debería bajar a vivir a la ciudad, buscar un trabajo y casarse. La gente se reiría de él por haber caído en la trampa de una fulana. Lo más posible es que fuera un mal padre, que su hijo no llegara a entender cómo un inculto así podía ser su progenitor. Sería repudiado por la familia de ella, por ella misma y su hijo, y aún así su deber estaba por encima de todo. Asumió el cometido como conclusión y expiación de un error.
Éste arrojo se diluyó enseguida. Las bajadas de los lunes se fueron sucediendo y no se decidió a acompañar a su padre y a su hermano. Ya se contaban diez años desde la noticia. Su padre visitaba y ayudaba regularmente a su nieto y a la madre, pero al regresar a casa callaba y no contaba a Aurelio los progresos del pequeño en el colegio, ni lo rizado que tenía el pelo, ni el color avellana tan dulce que desprendían sus pupilas. Y es que su padre sabía el valor que había que reunir para afrontar la paternidad cuando se es pobre y miserable, y sabía también que su propio hijo no sería nunca capaz de aceptar aquella enorme responsabilidad.

HABLADOR 30/05/0723:36



  • El gigante
Decía mi padre que había un gigante que tenía tres hijas, que dormían con coronas de oro.
El gigante trabajaba en el bosque allanando tesos y abriendo senderos, y cuando terminaba se echaba una pinta onderrok de cervecita en la tapería que habían abierto unos trasgos australes debajo de un peñasco de granito, que les iba muy bien y tenían buena clientela de criaturas sobrehumanas y del inframundo. Era un sitio simpático donde se podía cantar. Por la noche, el gigante volvía contento a su casa y le extañaba la curiosa manera que tenían las cosas de duplicarse, donde antes había un roble ahora había dos, donde había dos piedras, ahora cuatro, y el camino era un un constante problema porque se bifurcaba sin avisar y se empeñaba en inclinarse a un lado y otro, el muy borracho, con lo que le había costado a él enderezarlo todo el día y ahora no había forma de andar por él a derechas. Vamos, que encontraba su casa de milagro.
Sin embargo sus hijas eran únicas para él, y las quería mucho.
Por eso, la noche que aquel jovencito tan simpático se ofreció a acompañarle hasta casa y le ayudó a entenderse con los dobles robles y los dobles caminos, una sensación de amistoso alivio y de confraternidad le invadió, y le hubiera dado un buen abrazo si no fuera porque ya iba un tanto abrazado a sus hombros para no caerse, con lo que su gesto de amistad habría pasado desapercibido.
El gigante se puso a cantar y su horrorosa voz hizo temblar el bosque. Un roble se cayó muerto de risa.
Suavemente, el jovencito, entre canción y canción, empezó a hablarle al gigante de cosas de la vida, de mujeres, del hogar, el amor, los pequeños gigantitos... y así, como si no dijera nada, de pronto le dijo que estaba enamorado de su hija.
La noche quedó en suspenso, horrorizada. El gigante, inmóvil.
- ¿No os equivocáis? - le preguntó al chico, es decir, a los chicos, porque el muchacho, como todo lo demás, se había vuelto torpemente doble y dos sonrisas bobas florecían en medio de sus carrillos blandos como miga de pan ahogada en un estanque oscuro. ¿Cómo le había podido parecer tan simpático aquel pedazo de masa sin forma que retorcía sus cuatro labios delante de él, como si la noche no se hubiera estupendamente estropeado?
- La quiero - dijeron los labios, y había algo tan serio, tan firme, tan definitivo, en los cuatro ojos verdes del chico, que el gigante se impresionó. Era verdad.
El gigante se rascó su nariz roja, pensativo. ¿Era un amor tan grande el que sentía aquel hombrecito, como el que les tenía él a sus pequeñas? Era imposible. Eran sus niñas, las había criado, nunca las había abandonado, las quería. ¿Era un amor mayor? ¿Quizá distinto?
Era la vida que llegaba por la noche, hermosa pero ladrona, pero hermosa, y se empeñaba en continuar partiendo corazones.
- Oh - contestó con un vahído. Se apoyó más fuerte en el brazo del chico y lo encontró firme y amable. Al fin y al cabo, tenía que pasar y más valía que al menos el pequeño gusano que se llevara sus tesoros fuera simpático, como aquellos dos gusanos que le sonreían - Y, decidme, ¿lo saben ellas?
Y continuó su tambaleo por el bosque apoyado en el hombro de los dos muchachos. Al fin y al cabo, se dijo, aunque aquellos dos muchachos se llevaran a dos de sus pequeñas, todavía le quedaría una soltera y la cosa no sería tan mala, se conformó y suspiró.

BLANKA-L 30/05/0723:54

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