martes, 24 de julio de 2007

CCCII... Incuus "Rusia fue el culpable"

semana: 29-6-2007
tema: Homenaje a Jan Neruda, El Parque
ganador: Incuus
título: Rusia fue culpable


No me busques. No me esperes. No trates de averiguar dónde me he ido. Si te marchas a esa guerra no vuelvas nunca.
Eso le había dicho ella cuando decidió alistarse en la División Azul, al son de aquella acusación: Rusia es culpable.
Anselmo Bariles no era adepto al régimen, ni creía que el gran oso comunista tuviese que pagar con su propia sangre los sufrimientos de Espa a, el oro esquilmado ni la amenaza soviética sobre el mundo libre. A Anselmo le daba igual, pero después de leer Miguel Strogoff quería ir a Rusia con tanta y tan desesperada vehemencia como el que está dispuesto a irse a remo el caribe después de leer la isla del tesoro. Los libros pueden ser una gran obsesión, sobre todo para el que sólo ha leído uno.
Y se fue a Rusia. Le dijo a Pilar que los que se van a las guerra rara vez vuelven y más a una tan grande como aquella, que convertía la de Espa a en una ri a de cuatreros. Y en el improbable caso de que volviese, no la buscaría, ni la esperaría, ni trataría de averiguar qué fue de ella. Pero la esperaría todos los días a las tres de la tarde en el parque de la Condesa. Por si era ella la que quería encontrarlo.
No es este el momento de contar lo que hizo Anselmo en Rusia, ni lo que sufrió en el lago Ilmen, ni si encontró el país como lo había imaginado con los ojos, a veces ciegos, del correo del zar. Lo cierto es que volvió, y que regresó con las manos vacías y la memoria llena de horror y de esa especial grandeza de los supervivientes que se preguntan qué han hecho ellos para seguir viviendo mientras tantos otros quedaron atrás.
Volvió y ella no estaba.
Anselmo cumplió su palabra y no la buscó. No preguntó si se había casado, o se había marchado a vivir a otra parte. Un día, en un momento de debilidad, pasó por delante de su casa y volvió la vista hacia la ventana. No había luz, ni cortinas. Sólo un cartel anunciando la venta del piso.
Nadie sabe si Anselmo lloró o no, porque aquella tarde llovía a mares y eran decenas, casi cientos, las gotas que corrían por su cara.
Lo que supo todo el mundo, la ciudad entera, fue que Anselmo cumplió su palabra durante cuarenta y nueve a os, acudiendo al parque de la Condesa, a las tres de la tarde, a esperarla durante media hora en el mismo banco donde se despidieron.
Lo supieron los empleados municipales, que lo saludaban a diario y casoi le pidieron disculpas cuando renovaron re mobiliario urbano y cambiaron el banco de siempre por otro flamante, del mismo color.
Lo supieron los obreros que renovaron el parque en el setenta y dos, y le permitieron entrar a pesar del cierra, para que siguiese cumpliendo su promesa.
Lo supo Pilar, que no llegó a casarse con otro, y se mudo a vivir frente al parque para poder ver a Anselmo, cada día, a las tres de la tarde, esperándola junto al banco. No bajó nunca, pero jamás dejó de asomarse a la venta de su quinto piso para verlo y dudar si un hombre así no tendría sus razones para ir a la guerra. Las mismas quizás que seguía teniendo para estar siempre de guardia, en su parque, en su banco.
Ella no se creyó menos que Rusia, ni menos que el zar, ni que Strogoff y lo dejó hacer.
No fue un duelo, ni un castigo: sólo la última forma de comprenderlo.


04/07/2007, 6:51

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