miércoles, 28 de marzo de 2007

CCLXXXVII... Sementerio.- Destino alternativo

semana: 16-3-07
tema: Jesús
ganador: Sementerio
título: Destino alternativo

Tengo un dedo de la doctora Mur metido en el culo, dice estar especializada en el aparato digestivo, aún así, me sorprende la decisión y el brío con que lo mueve. Ella tiene el pelo negro, es joven, no muy alta. Lleva bata blanca unisex ceñida al cuerpo con un poco de osadía, guante quirúrgico común de látex untado de vaselina en la mano derecha y en la punta de su nariz respingona resalta el ligero enrojecimiento de una pequeña irritación que en lugar de afearla le da atractivo. A mí me tiene descalzo en posición cuadrúpeda sobre una camilla, jersey oscuro, camisa clara, cabello entrecano escaso y largo recogido en una coleta, calcetines casuales de diseño deportivo comprados en los gimnasios DIR que suelo ocultar dentro de unas botas Panamá Jack altas y gastadas, boxers TN negros a la altura de las rodillas y mi pantalón cuelga de una percha. Su exploración resulta dolorosa y gimo. Poco antes me he quejado del procedimiento, le he dicho que en tal postura y situación se atenta contra la dignidad humana, pero la doctora Mur no parece demasiado preocupada por eso, afirma no ser yo ni el primero ni el último con el que mantiene esta clase de intimidad. No ofrezco resistencia después de la explicación. Sólo hasta que acabe de hurgar, para que todo transcurra de la mejor manera posible, imaginaré que tengo veinte años menos, que no estoy en su consulta y que la doctora Mur y yo nos hemos conocido en una escuela de dominación sado.
El doctor Herrainz es una persona avispada, mayor que yo, tiene los ojos pequeños, pupilas claras y algo mates, luce bata blanca unisex holgada sobre camisa de un discreto color crudo, como la mesa que oculta el resto de su atuendo. Demuestra habilidad para el diagnóstico, después de tres consultas breves y algunas pruebas clínicas, sin saber nada de mí ni haberme tratado en ocasión ninguna, vaticina dos únicas posibilidades para mis dolencias, o bien son causadas por un cáncer, o bien son la consecuencia de un trastorno psíquico. Fui a visitarle porque hace ya bastante tiempo que sufro dolores abdominales de todo tipo y a veces se presentan sangrados cuando planto un pino. Problemas mnemotécnicos sin relación con lo anterior hacen que yo retenga los nombres propios de forma defectuosa, tanto de personas como de lugares. Si no lo tengo apuntado en alguna parte, se me olvida el apellido del doctor Herrainz y recuerdo tan solo que su nombre es Jesús, cosa que provoca confusión en el mostrador de recepción. Jesús, es decir, el doctor Herrainz, quiere descartar la primera posibilidad cuanto antes para pasar a la segunda, que es evidente, y me aconseja acudir a los servicios médicos de urgencia mientras espero la exploración más exhaustiva de un centro clínico.
Camino por la calle abstraído, la mañana es fría, pero el cielo está despejado y brilla el sol. Me distraen el pensamiento dos conductores que están por la labor de matarse entre ellos en un semáforo. Uno ha intentado atropellar al otro cuando éste bajaba a comprobar los desperfectos en su coche tras un pequeño golpe. Los separo, llamo a la policía que se presenta al instante y, tras prestar declaración “in situ”, me largo esperando que los detengan a ambos por tocapelotas. Llego al servicio de urgencias donde me atienden en la entrada con amabilidad y rapidez. La doctora Mur se hace cargo de mí, su interrogatorio es breve y eficaz. Pide que espere en la sala a que me llamen para una extracción de sangre, después meterá su dedo en mi culo y luego me harán unas “placas”. No consigo leer el diario que he comprado por si había demora, miro a los otros pacientes, a uno con el brazo en cabestrillo le custodian tres agentes de la Guardia Civil, hay una mujer tendida sin conocimiento sobre una camilla rodeada de familiares y, algo aparte, una joven ajena a todo llora sin sonido. Cuando acaba conmigo, al despedirme le pregunto a la doctora Mur su nombre a pesar de que lo lleva a la vista prendido en la bata. Magda, titubea ella, pero ya me lo ha dicho.

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