jueves, 15 de marzo de 2007

CCLXXVI.- Blanca_L "El tonto del pueblo de al lado"

semana: 29-12-2006
tema: El idiota
ganador: Blanka-L
título: "El tonto del pueblo de al lado

Epifanio el tonto era feo y desdentado y, cuando comía galletas, salpicaba perdigones alrededor y se reía: “La jodí, la jodí¡¡¡”, y cogía otra.
Se sabía el santoral de memoria. En verano salía por el pueblo con su pata coja, por el paseo de la playa adelante, a tomar el fresco y una horchata cuando tenía con qué, porque su madre, que era ya muy vieja, no le podía dar casi nada. Se sentaba a jugar con los perros y miraba las estrellas, y cuando veía una chica guapa la perseguía diciéndole al oído:
— ¿Cómo te llamas? ¿Cómo te llamas? ¡Dame una perrica y te digo tu día!
Las niñas se asustaban de verlo detrás de ellas, tan feo y sin dientes, pero las mamás avisaban: “No pasa nada, es el Epi, pobrecillo, dile tu nombre y te dice qué día es tu santo”. Y las niñas se lo decían: “¡Yo,Sonia! ¡Yo, Marisa! ¡Yo, Alejandra! ¡Yo, Antonia!”
— ¡Antonia! ¡Antoñica! ¡Ése me lo sé!—se reía y farfullaba contento— ¡Tú, el diecisiete de enero! Porque san Antonio Abad nació en Egipto hacia el año doscientos cincuenta, ‘distrimbuyó’ sus bienes y se retiró al desierto donde comenzó a llevar una vida de ‘osceridad’ y penitencia. Reunió a muchos discípulos, supo confortar a muchos confesores durante la ‘presencución’ del Diocleciano y apoyó firmemente a San Atanasio en sus luchas contra los ‘marranos’... ¡Yastá! —y ponía la mano arrugada para recoger la perrica, la moneda.
Tremendas carcajadas se levantaban entre las chicas.
— ¡Pero yo soy de octubre! —protestaba la Antoñita, sabidilla.
— ¡Ah, San Antonio María Claret, obispo y fundador! —rectificaba rápido Epi manteniendo firme el tipo— El veinticuatro de octubre con Audacto y Jenaro presbíteros; Séptimo, Fortunato, Aretas, Marcos, Poncia, Petronila, Soterica, Valentín, mártires; Proclo, Magario, Bernardo, Calvo, Evaristo, obispos; Martín, abad y Nicéforo, monje… ¡Yastá! Antoñica, dame la perrica ¡¡¡
Antoñita alzaba la nariz y no le daba nada porque no había acertado a la primera y era un tonto, pero las amigas se reían y hacían coro: “Antoñita, dale la perrica¡¡¡ Dale al Epi la perrica, Antoñita”, y la chica se sofocaba y se rendía, y le daba unos céntimos para que se fuera.
— No la jodí, no la jodí¡¡¡ —se largaba el Epi muy contento, y se comía otra galleta y salpicaba de migas todo el contorno en dos toesas, sin importarle que cayeran sobre los niños, sobre la chaqueta del alcalde que pasaba o en la cabeza de la jipi que enfilaba collares sentada en el suelo, porque las migas babadas eran su forma democrática de participar en la vida de su pueblo.

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