viernes, 16 de marzo de 2007

CCLXXVIII... Incuus.- Dulces de monja

semana: 12-1-2007
tema: Historias secretas del convento
ganador: Incuus
título: Dulces de monja.


¿Y qué?, ¿a quién le debo cuentas? ¿Por qué iba a ser peor un convento que cualquier otra salida? O que cualquier otro encierro.
Profesar en la clausura es como matarse, pero con la ventaja de que sigues viva. No para los demás, de acuerdo, pero los demás no importan. Cuando estaba fuera tenía que pensar para ellos, sonreír a su gusto y contar con decenas de voluntades antes de formar mis planes. Ahora no tengo planes. Y los pocos que me quedan, aferrada a mis libros y a los cuadernos que lleno con poemas que nunca pude escribir son míos y sólo míos.
A veces comparto esos pobres versos con alguna hermana, pobre hermana también, y las mujeres que me rodean no son peores en su neurosis de encierro de lo que era mi familia en su neurastenia de fingida libertad.
Nada es peor que mi familia. Nada puede serlo.
Aquí me exigen tres votos y el estricto complimiento de unas rutinas que no me estorban. Pobreza. la pobreza no es estorbo para el que nada desea. Castidad, la que yo misma elegí por cuando dije que no a Carlos. Obediencia, menos y menos grave que la que mi padre exigía.
Y aún dicen que estas cosas son residuos de otros tiempos. ¿Qué tiempos?
¿No sucede aún hoy en día que una familia que fue rica deja de pagar un par de letras y se le viene encima la hipoteca?, ¿no sucede que las cuentas que otros hacen acaban por ponerte en la columna de los libros de balance?
Carlos era rico, sí. Y me quería. No lo niego. Pero yo lo detestaba, y odiaba más aún la viscosa suavidad con que mi padre permitía que manoseara delante de él, y los pretextos que buscaba para dejarnos a solas en aquella casa necesitada de mi docilidad para no pasar al banco.
Cabrón es el varón que consiente en el adulterio de su esposa. Eso dice el diccionario. ¿Pero cómo se llama al padre que consiente en la corrupción de su hija de quince años? Ni el diccionario tiene palabras para infamia semejante.
Le dí a Carlos lo que quiso y parece que me amó. le di a mi padre la espalda y al cumplir los diecicocho, en mi fiesta de cumpleaños, pensé cortarme las venas y dejar de padecer tanto asco, tanta náusea reprimida contra el peso que ponían en mi espalda y en mi vientre.
—Y en un par de años, la boda —dijo mi padre ante el pstel.
Pero el pastel era yo.
Y el pastel se quiso amargo.
Carlos se pegó un tiro y mi padre murió de la vergüenza cuando al fin se lo quitaron todo.
Dos muertos y una ruina.
Una quiebra en leche frita.
Crepes de sangre.
Dulces de monja.

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