sábado, 17 de marzo de 2007

CCLXXXII ... Blanca_L.- El general Azumbre

semana: 9-2-2007
tema: Infiltrados
ganador: Blanca-L
título: El general Azumbre

Los mundos habitados cubrían todo aquel brazo de la galaxia. La Frontera, el último cinturón de mundos nuevos, era un lugar salvaje donde se reunían todos los que no tenían nada que perder en sus planetas de origen y mucho que ganar como colonos de los nuevos planetas apenas habitables, apenas dignos de llamarse civilizados, sin dueños y sin trabas y olvidados por la Ley.
La nueva Ópera Flotante era el orgullo de La Frontera, y sus parroquianos eran pioneros de lo más animado. Benson y Yahnna miraron la fauna que entraba en la sala central, el auditorio: Tipos riquísimos cuajados de pedrería recién extraída en los nuevos yacimientos, que mascaban tabaco y lo escupían groseramente por el colmillo. Mujeres muy guapas con vestidos refinadísimos, pero que procuraban descalzarse en cuanto llegaban a su asiento y agitaban los dedos de los pies en alto porque no estaban acostumbradas a llevar zapatos estrechos sino botas para el barro en los campos de sus asentamientos. Estos vanidosos destacaban entre la masa de gente sencilla que tenía la piel curtida por la luz de todo tipo de soles, y se reía y gritaba con libertad, como tenían costumbre en las tabernas y los tinglados libres de sus planetas. Los niños nacidos en la periferia, que nunca habían conocido un lujo como el de aquel edificio de cristal, iban con la boca abierta y los ojos como platos. Se veía algún viejo patricio desterrado a la periferia por intrigas políticas que se sentaba en su palco con vieja dignidad, con indolencia, como si se rindiera a un destino superior y más refinado. La Frontera era un hervidero de intrigas y luchas de poder, un campo efervescente de codicia, donde los desterrados de la política central también tenían campo para sus habilidades.
En ese momento entraba un buen ejemplo de luchador: el general Azumbre, un tipo que había empezado vendiendo protección y había acabado con un ejército propio que alquilaba para pacificar tal o cual planeta, o para destrozarlo, según el gusto del que le pagaba. Era un individuo enorme que venía revestido de una armadura completa, reluciente, que hacía un estruendo como de truenos a cada paso que daba y que miraba ferozmente con un solo ojo telescópico todo a su alrededor, como calculando a quién se iba a comer primero. Venía serio y cejijunto, y rodeado por un montón de guerreros de los suyos, todos exoesqueleto metálico y barbas salvajes. Un horror.
Los jóvenes vigilantes de la entrada, que estaban tan orgullosos de pertenecer al personal de la bella Ópera Flotante que no tenían miedo, le cerraron el paso a Azumbre y le indicaron que allí no se podía entrar con armas. Todo el cortejo de guerreros se detuvo. Azumbre miró al rubio jovencito que le señalaba el guardarropa con un dedo largo de artista, miró la multitud congregada dentro de la sala, calculó su poder si se producía una estampida, observó las armas de defensa que le apuntaban ocultas en las puertas, y entre unas cosas y otras, y quizá porque sólo venía a pasar una velada entretenida, decidió portarse bien: Ordenó a sus soldados que diesen la vuelta y dejasen las armas en el guardarropas.
Los guardianes de la ópera suspiraron de alivio mientras los enormes guerreros crujían y retrocedían.
Benson también sintió un gran alivio. Sonrió y decidió que era hora de buscar asiento
—¿Entramos? —le dijo a Yahna.
Pero la chica estaba muy seria y le indicó que se volviera y mirara atrás.
—Se están metiendo en los pasillos interiores —dijo con miedo.
Y era verdad. Unos pocos guerreros armaban ruido delante del guardarropa, pero la mayoría se habían escabullido en un silencio difícil de creer por los pasillos de cristal azul que llevaban a la parte de atrás del escenario y a los camerinos. Se estaban infiltrando en el edificio sin que nadie se diese cuenta.

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