viernes, 30 de marzo de 2007

CCLXXXVIII... Jmlvfalco.- Gobierno derrocado en el país del ajedrez

semana: 23-3-07
tema: jaque mate
ganador: Jmlvfalco
título: Gobierno derrocado en el país del ajedrez


Crees que todo está previsto, catalogado, presupuestado, inmune al capricho de un destino infausto. Aferras el volante de tu automóvil con presta displicencia, manipulas pedales, palancas e interruptores con la seguridad de un semidiós. Te adentras en el tráfico de Madrid ya avanzada la tarde, cuando el cielo se viste de un violeta casi inverosímil, nacido de la paleta insensata de un pintor aventado, y sorteas obstáculos fijándote apenas en ellos, meras siluetas negruzcas que no frenan tu pensamiento. Tu mujer sale de trabajar y vas a buscarla y empieza a lloviznar, pero circulas liviano, penetrando la noche en ciernes con la suavidad ladina de un alfil blanco, mientras los demás vehículos se mueven como peones desplegados sin sorpresa, en una partida de ajedrez mil veces jugada, cuyos movimientos se repiten con la desmayada cadencia de siempre.
Piensas en el muy próximo nacimiento de tu primer hijo, el ginecólogo no ha detectado inconvenientes. Movimiento de caballo, piensas en la agenda laboral de mañana, la cortas en porciones de tarta perfectamente previsible. Maniobra en flanco de dama, piensas en los pagos de la semana siguiente, tienes que concertar citas con el banco y el notario, ya tenías destinados los honorarios del último seminario a ese menester, no lo piensas más y ejecutas tu enroque. Las luces parecen más centelleantes con el ojo derecho, habrá que revisar esa catarata incipiente, piensas que acaso tengas que operarte en breve, mejor cuando el niño tenga más de seis meses, piensas en qué clínica elegir, se mueven los alfiles enemigos y respondes según lo estipulado, como si un caudal de armonía cósmica te ordenase formar la consabida trama de peones sin más trámite.
Cambio de piezas. Chas, chas. No lo piensas demasiado. Chas, chas, otra vez, circulas más fácil por calles más estrechas, pasado mañana irás a ver a Gabinete Caligari en su bareto, sonríes al imaginarte al solista amigo y desmañado y esta vez pagarás tú los tres cuba-libres que beberéis, pero juras que no te acostarás muy tarde porque al día siguiente tienes guardia. Movimiento de dama, tu dama buscando un cambio inaplazable, el tablero se ensancha y accedes a la Avenida Reina Victoria, tráfico fluido, llueve con algo más de intensidad, ni siquiera conectas el limpiaparabrisas, te quedan tres minutos para llegar y dispones de casi diez. Un semáforo se pone naranja justo cuando lo franqueas, aceleras un poco se diría que por pura costumbre, llegas a setenta kilómetros por hora. No piensas nada hasta que el autobús se te abalanza por la izquierda, como una torre negra monstruosa que perteneciese a otro juego, ni su posición ni su tamaño corresponden con la partida que juegas casi a ciegas.
Un centellazo del cerebro te ordena frenar, con energía, pero sabes que la distancia no es bastante y piensas que la lluvia es canija pero suficiente para que los neumáticos pierdan adherencia, y en verdad se te aparece la imagen nítida del caucho evacuando agua y buscando arañar el asfalto, mientras giras el volante a la derecha, lo necesario para eludir la torre que te amenaza, no tanto como para volcar. Y piensas que el otro chófer sobrepasó un semáforo en rojo, no te ha visto ni sabe de tu existencia, conduce con la misma inercia que tú, en su olimpo lejanísimo. Y transcurre una eternidad de tres segundos en la que entras por primera vez al colegio, atropas verde recién segado y todo huele a cuévano, escribes cartas de amor a varias novias, te abismas en la belleza incomprensible de tu mujer. Y adquieres la certeza de que no habrá más, de que ella seguirá adelante con el niño, como todas las mujeres que han sobrellevado la ausencia física o moral de sus hombres, carceleros o presos de causas dementes. Y justo una milésima antes del impacto contra el autobús, que ya es inevitable, sientes que la muerte te ha dado jaque mate sin darte tiempo a llorar ni arrepentirte, porque ya no vislumbras proyectos ni ganarás otra partida jamás.

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