sábado, 17 de marzo de 2007

CCLXXXI.- Kastorp "El reloj de cuco", y Chesterton "Génesis"

semana: 2-2-2007
tema: híbridos literarios
ganadores: KASTORP.- "El reloj de cuco"
CHESTERTON.- "Génesis"


KASTORP: "El reloj de cuco"

Todos hemos tenido parientes excéntricos y veranos inolvidables, y ambos se han cruzado al menos una vez en la vida. Mi verano fue el del año 83, y mi pariente el tío Ambrosio, un hombre que fue siempre viejo y calvo. Pasaba casi todo el tiempo con su gato, encerrado en el taller. Vivía en la planta baja de una casa de vecinos, y lo que llamaba taller era una caseta que había levantado en el patio con cuatro ladrillos y dos planchas de uralita. Los vecinos le envidiaban el patio, y se pasaban el día tirando pinzas de la ropa y basura. Cada vez que caían los desperdicios mi tío rezongaba
—¡Llueve!—y se asomaba para examinar el botín. Siempre rescataba algún pedazo de chapa, algún taco de madera, algún juguete roto, que guardaba para fabricar cachivaches más o menos absurdos, pero siempre curiosos. El más fascinante que construyó nunca fue un reloj de cuco hecho de madera, alambre y hojalata. Lo terminó aquel verano, al poco de mi llegada. Había aceptado acogerme mientras mi madre cuidaba a mi abuela, recién operada del corazón.
—¿Qué corazón?—gruñía el tío, moviendo apenas los labios para no romper el equilibrio de una colilla que no acababa nunca de consumirse. Pero yo no prestaba atención a las palabras. Sólo veía sus manos recorrer afanosas la mesa del taller, llena de herramientas y retales de metal y contrachapado, haciendo girar con habilidad la varilla del torno y atacando la pieza con la lima o los alicates.
Así vi nacer el reloj de cuco, que pronto pasó a la pequeña sala de estar. A la hora en punto se abría una puertecita y asomaba un resorte en cuyo extremo se encaramaba un pequeño cuco de chapa, que acompañaba con un mecánico aleteo el silbido
¡Cu-cu!¡Cu-cu!
que surgía de las entrañas del mecanismo. Aquel verano pasé tardes enteras sentado a la mesa camilla, escuchando la radio mientras dibujaba o leía, a la espera del canto puntual del cuco. No era un niño muy divertido, qué se le va a hacer...
Pero no duró aquella felicidad. Apenas había pasado un mes cuando el tío me echó de casa a cajas destempladas, y tuve que pasar el resto del verano torturado por las odiosas hijas de la odiosa hermana de mi madre.
—Bendita la rama que al tronco sale —sentenciaba el tío.
Todo ocurrió en la víspera de San Juan, a la caída de la tarde. Daban las ocho en punto cuando la puerta del reloj se abrió y el pájaro asomó en silencio. No sonaba el cucú, no movía las alas; estaba callado, inmóvil. Quise avisar al tío, pero al levantarme el pájaro dio señales de vida: aleteó levemente, bajó un poco la cabeza y la torció como si fuera un gorrión, examinando la sala con cautela. Batió las alas una, dos veces, con un ruidito mecánico, y cantó
¡Pío!
Aquel juguete de metal pareció entonces animarse. Agitó las alas con fuerza y levantó el pico. Con un ligero chasquido se separó del resorte, para oscilar en el aire antes de recuperar el equilibrio. Una vez seguro volvió a cantar
¡Pío!
y aleteó como un colibrí, describiendo círculos en el aire. Yo estaba petrificado. No pude reaccionar, ni reparé en la ventana abierta, hacia la que se dirigió el cuco, ya dueño de su vuelo, y por la que desapareció para siempre. Justo entonces entró el tío
—¿No canta el cuco?
y se quedó helado mirando el reloj, sin rastro del pajarillo. Me miró con gesto irritado:
—¿Qué has hecho con el cuco?
Yo no supe responder. Entonces me fijé en el gato, que había contemplado la escena desde un sillón al otro extremo de la sala.
—Ha sido el gato —señalé.
—¡Mentira! —gritó (¿el tío?), bajándome el brazo de un manotazo. Y aquella misma noche me llevó a casa de su sobrina con mi escaso equipaje. No dijimos una palabra durante todo el camino. Yo me limitaba a mirarlo por el rabillo del ojo. Más que ira parecía sentir vergüenza, como un mago desenmascarado.



CHESTERTON.- "Génesis"

En el principio creó las tinieblas. La noche oscura me rodeaba, el firmamento se emborronaba en manchones de tinta vaporosos que parecían querer succionarme y diluirme en su lóbrega sombra eterna. Y dijo el Creador: ábranse las tinieblas. Y como un papel rasgado una hendidura de luz cegadora se abrió en la oscuridad y caminé hacia ella. Y dijo el Creador: salta al vacío y caí de las tinieblas a la luz. Volví la vista atrás y el cuerpo de mujer gigante se evaporó tras lamer el suelo. Se crearon entonces los ríos y los mares. Y el Creador los ordenó, dotándolos de corrientes oscuras, tenebrosas, infernales y asesinas.
Entonces no había nada, más que las negras y sucias corrientes, el espacio blanco, infinito, deslumbrante y yo. Era el primer día y se creó el Contraste. Y el Creador espoleó a Dogos y Mastines. Y millones de ellos se dirigieron hacia mí a la velocidad de la luz, enseñando terribles colmillos y furia homicida en los destellos de su iris. Atados con cadenas, largas para rasparme, cortas para no devorarme, aullaban desbocados, hambrientos, atroces. Y entonces creó el Miedo. Era el segundo día y creó el Miedo. Y llamó Dios a las Vestales, y los canes se transmutaron en Vestales. Y las cadenas no crecieron ni menguaron y sentí el roce de sus pieles con vello de melocotón, miradas sádicas, jadeos inquietantes, pero no palpé sus carnes. Sentí la Lujuria. Era el tercer día y vio el Creador que la Lujuria era buena.
De mi sudor y lascivia modeló el Creador una lluvia nueva, unas nubes de masa sanguinolenta, músculos y carne asomaron por el firmamento y diluviaron centauros, sátiros y esfinges, monstruos que caían pesados, en estrépito, sobre un suelo liso, inmaculado, ebúrneo. Agrupólos el Creador en dos bandos y me erigió en lo alto de un pedestal. Los lanzó unos contra otros y me permitió observar el Creador su nueva representación. Era el cuarto día y contemplé la Guerra.
Los cuerpos entrechocaban y del combate brotaban alaridos, rugidos, estruendo. Se agotó el Creador de la violencia y el fragor y creó un fuego devastador nacido de un relámpago que partió el cielo en dos mitades y consumió los cuerpos crepitantes con la fugacidad del trueno. Era el quinto día y se creó la Paz. Y con las cenizas creó la tierra que dio cauce a la violencia del agua y brotaron las plantas y los animales. En el sexto día creó entonces la Naturaleza.
El séptimo día el Creador me dotó de forma. Una forma descomunal y transparente que envolvió la Tierra y la cubrió con mi presencia. También me dio nombre. Dijo el Creador: te llamarás Dios y cuidarás la Tierra. Crearás al hombre y lo someterás. Y creé al hombre y soplé en su nariz el aliento de la vida. Y al hombre le dije: devorarás al Creador y lo llevarás dentro. En tus entrañas habitará y se transmitirá de generación en generación. Y el hombre engulló febril al Creador y no se avergonzaba. Doté al hombre con ello del poder de destrucción. Y yo me encarné en el bien y al hombre forcé a devorar el mal. Era el octavo día y creé el Bien y el Mal. Y reposé entonces de mi creación y dejé al hombre multiplicarse. Y vi la tierra desordenada y turbada y consentí el caos. Era el noveno día y regresé a las Tinieblas.

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