jueves, 15 de marzo de 2007

CCLXXVII... Iconoclasta.- "La trompeta y las palomas"

semana: 5-1-2007
tema: Bemoles y sostenidos
ganador: Iconoclasta
título: "La trompeta y las palomas"


Una noche, cuando mi hermano volvió del trabajo, irrumpió en el salón nervioso, exaltado.
— Mirad lo que me he encontrado en la calle, estaba junto al contenedor de la basura —nos dijo mientras mostraba orgulloso, en su mano levantada, una gran trompeta plateada— y está nueva, no entiendo como la han tirado.
— A saber de quien era esa trompeta, que asco —dijo mi madre acompañando sus palabras con un gesto que no dejaba dudas sobre lo que pensaba.
— Se lava la boquilla y listo —dijo mi hermano mientras se encaminaba al lavabo con la trompeta en la mano.
Escuchamos el ruido del agua correr y el frotar de la toalla sobre la boquilla. Después, mi hermano se fue a su cuarto y no fue, hasta media hora más tarde, que no escuchamos el sonido de la trompeta por primera vez.
— Tarariiiiiiiii, tararaaaaaa.
Al principio nos hizo gracia como desafinaba, como el metal maléfico de aquella trompeta destrozaba los sonidos, pero cuando llevábamos un rato escuchando aquel concierto, empezamos a intuir el problema que se nos venía encima.
Recuerdo que acompañé a mi padre a la habitación de mi hermano. Tenía los mofletes hinchados, rojos, a punto de estallar, soplaba con toda la fuerza que podía aquella trompeta. A través de gestos y signos logramos hacernos entender y mi hermano, por un instante, separó su boca de aquel instrumento demoníaco.
— Hijo mío, es tarde y los vecinos van a protestar. ¿Por qué no lo dejas para mañana? —le indicó mi padre con su habitual tranquilidad.
— Papá, lo he decido, voy a ser trompetista, el trabajo en la ferretería no me gusta. Lo mío es la trompeta —contestó mi hermano que de inmediato volvió a soplar con fuerza.
Volvimos al salón con una cierta desazón y preocupados por la noche que se nos avecinaba.
— María tráeme el algodón del botiquín —solicitó ni padre a mi madre— Mañana ya veremos lo que hacemos, pero por lo menos vamos a asegurar esta noche —dijo mi padre mientras con sus dedos iba formando bolitas de algodón.
El efecto amortiguador del algodón, junto con las puertas prudentemente cerradas hizo posible que sobrellevásemos la noche, a pesar de que mi hermano no paró, ni por un instante, de practicar con su trompeta.
A la mañana siguiente, mi padre se levantó muy temprano y al rato volvió con unas placas de corcho.
— Vamos a forrar su habitación con estas placas —nos comentó con la alegría del que ha dado con la solución a un problema.
Tuvimos que hacerlo con los tapones de algodón en los oídos, porque mi hermano no accedió a nuestra propuesta para que parase, al menos, mientras instalábamos las placas en su habitación.
Fue un fracaso, quizás aquellas placas fuesen capaces de parar el sonido de una flauta, pero demostraron su ineficacia a la hora de hacer frente a la trompeta de mi hermano.
Vivimos así durante meses, envueltos en las notas metálicas de aquella trompeta, día y noche, consultamos sin éxito a los mejores catedráticos de aislamiento acústico, nada se podía hacer. Hasta que un día, un compañero de mi padre, jubilado también, dio con la tecla.
— ¿Por qué no lo pasáis a las palomas?
— ¿A las palomas? —dijo mi padre.
— Sí, tú ve dejándole maíz en el cuarto, cada día un poquito más y ya verás como se va pasando.
El primer día, mi padre le dejó a mi hermano un pequeño cartucho de maíz que compró en el parque. Efectivamente, a eso de media tarde, mi hermano dejo por un momento de tocar la trompeta y esparció el maíz sobre el alfeizar de la ventana. Al rato tenía a las palomas dando buena cuenta del mismo. Lógicamente, acabado el maíz, se fueron las palomas y mi hermano volvió a la trompeta.
Así seguimos varios días, aumentándole la dosis de maíz, cada día los espacios sin trompeta se iban dilatando de manera proporcional al maíz que ya se lo suministrábamos en cubos.
A las dos semanas mi hermano dejó abandonada la trompeta en la cama puesto que dedicaba todo el tiempo a alimentar las palomas. Aprovechando que iba a cambiar las sábanas, mi madre pudo sacar la trompeta envuelta en las mismas.
Hoy en día, mi hermano se dedica por completo a las palomas, mi padre le suele poner entre diez y doce cubos de maíz en la puerta de su cuarto, pero como él dice: “tampoco sale tan caro”.
-- Feliz año a todos --

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